El valor de los videojuegos como medio literario ha estado en alta estima desde hace décadas. El equilibrio entre jugabilidad e historia ha sido difícil de sostener en ocasiones. Tanto como para dedicar un género entero a sólo el aspecto narrativo, el de las aventuras gráficas y las novelas visuales. Es donde caen nuestras impresiones de Life is Strange: True Colors, justo en el centro.
Lo habitual de los juegos de esta clase es no contar con el apoyo de grandes empresas por detrás, sino dedicarse a desarrollos ligeros y casi independientes. Life is Strange cuenta con la suerte de contar con Square Enix, que ha hecho de sus juegos una de las escasas ofertas en el mercado de desarrollos AA.
Para la llegada de un tercer juego de una saga en una posición como esta suele definirse dónde se ubica. Puede dar un paso adelante e intentar convertirse en algo mayor, abandonando parte de su simplicidad jugable para atraer a grandes públicos. Por otro lado, puede acomodarse con su público fiel y asentarse en el nicho que ha establecido.
Life is Strange: True Colors cae en el segundo ejemplo y se acomoda más a su público si cabe.
Si has jugado cualquiera de los anteriores entregas sabes lo que esperar de estas impresiones de Life is Strange: True Colors. Cada uno de sus juegos se centra en alguien pasando por un momento complicado de su juventud y con el plus de poderes extraños que complican las cosas. Desconocemos el origen de tales habilidades, pero pueden ir desde viajar en el tiempo hasta mover objetos con la mente.
El caso de Alex es más complicado. La chica sobre la que tomamos control no tiene ninguna clase de control sobre su poder y le ha hecho la vida mucho más difícil de lo que debería. Puede percibir las emociones de otras personas u objetos si son lo suficientemente intensas, casi como leerles la mente. No sería tan negativo si no fuera porque al entrar en contacto con ellas pasan a tomar el control.
Sentir la rabia o la angustia de otros no es agradable, mucho menos si apenas tienes control sobre tus propias emociones. Es algo conflictivo. Pueden ayudarte a entender el mundo a tu alrededor, pero han acabado aislando a Alex de él. Sin contacto con la realidad ni un lugar al que ir acaba viajando a un pequeño pueblo minero de Colorado donde tendrá que empezar de cero: Haven.
Este lugar toma el protagonismo por completo de Life is Strange: True Colors. La gente que lo habita, las caras a las que te tendrás que acostumbrar y cómo reaccionan a tu presencia hacen que el viaje del primer capítulo del juego conecte más contigo. El conflicto por el que los guionistas quieren que pases es sobre encontrar el equilibrio entre mantener la gente que te importa cerca sin perder a la mayoría del poblado.
No es fácil aspirar a un conflicto así con el que conectar con el público. Un gran porcentaje de jugadores a día de hoy viven en grandes ciudades donde no es posible estar aislado del resto de personas. Incluso cuando intentas desconectar del ruido de las calles usando los cascos de música no puedes quedar solo.
La diferencia es que ahí te puede dar igual lo que piense la persona que se sienta a tu lado en el bar. Alex no se puede permitir eso en un lugar tan pequeño como Haven. Sus decisiones, que te vienen de cuando en cuando, tienen consecuencias siempre. Si percibes que la mayor parte del pueblo te guarda resentimiento y se aleja de ti puedes volverte loco. Hacerlo con el poder de la empatía lo hace peor.
Este difícil equilibrio que debemos hallar en Life is Strange: True Colors es lo que le da un auténtico punto picante al juego con respecto a las anteriores entregas. Deck Nine sabe a qué debe atenerse para implicar al jugador que quiera vivir una historia especial. Y más les vale, porque no hay nada más que hacer más allá de estas decisiones.
Los pocos fragmentos jugables de la primera y la segunda entrega casi se han esfumado en True Colors. En el primer capítulo apenas hay un puñado de escenarios con los que interactuar, y nuestras acciones en él son mínimas. Vienes por la trama y los personajes, no por diferentes escenarios jugables o secuencias de Quick Time Events.
Puede resultar confuso dónde nos ubicamos con estas impresiones de Life is Strange: True Colors. La verdad es que es difícil de decir con sólo un capítulo a nuestras espaldas. La limitación de elementos interactivos de forma recurrente hace más fácil disfrutar de su historia, pero no nos da espacio para sopesar el título mucho más de lo que ya lo conocemos.
La historia es prometedora por el momento, y los conflictos de Alex conectarán muy bien con los jugadores con un alto nivel de inteligencia emocional. No va a ser una narrativa para cualquier persona, pero en quienes resuene lo hará con fuerza.
Con tiempo podremos ver los auténticos colores de esta aventura de Deck Nine. Las impresiones por ahora son positivas, pero con varios episodios por delante cualquier cosa podría pasar.
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