Destacamos las virtudes de un clásico olvidado en nuestro análisis de Final Fantasy I Pixel Remaster.
Seamos justos en este análisis de Final Fantasy I Pixel Remaster. Nadie se acuerda nunca de los dos primeros juegos de la saga.
Al hablar de Final Fantasy y su admirable legado suele empezarse por su tercera entrega. Aquella aventura sirvió de incepción para los puntos por los que sería conocida: trabajos, criaturas, bestias. Su secuela, otra magnífica entrega, remarcaría la importancia de la narrativa en la franquicia. Aquellos dos títulos hicieron mucho más por el nombre que sus predecesores en Famicom.
Yo también soy culpable de ello muchas veces. Considero esas aventuras posteriores como superiores, auténticas obras maestras que merecen ser revisitadas cada poco tiempo. Pero de vez en cuando recuerdo la magnificencia de las dos primeras partes. Soy nostálgico sobre sus versiones para Game Boy Advance, la excelente colección Dawn of Souls. Ya no hablemos del excelente remake para PSP.
Nada de esto no hace que sea un buen juego respecto a los estándares actuales. Pero es importante que tengamos la oportunidad de volver a disfrutar y redescubrir cómo nació una de las mejores franquicias de la industria.
En el nombre de la luz
Los cuatro Guerreros de la Luz han aparecido de la nada para salvar al reino de Cornelia en su momento más oscuro. Tras pocos minutos ayudamos a la nobleza a recuperar a su princesa secuestrada, acabamos con el corrupto caballero Garland y nos aventuramos a hacer lo mismo en más pueblos lejos de nuestra tierra de partida.
Es difícil dar una descripción de la trama en este análisis de Final Fantasy I Pixel Remaster sin mencionar cierta otra saga JRPG que marcó el género pocos años antes. Dragon Quest declaró cómo se iban a mover los títulos inspirados por el rol occidental. Este primer Final Fantasy tomó gran parte de su código e hizo lo propio.
Nuestra aventura es un conjunto de episodios en los que buscamos ayudar a quienes nos necesitan, acabamos con la amenaza de turno y vuelta a empezar. Existe una pequeña trama en torno a los cristales que dan vida a los elementos en este mundo, pero no se trata de nada que rete nuestros pensamientos.
Tal es el caso que lleva el ejemplo de los héroes silentes hasta el extremo. Los Guerreros de la Luz, creados a nuestro gusto en base a seis clases diferentes y un nombre a nuestra elección, carecen de toda personalidad. Ni siquiera tienen un pasado. Su existencia depende totalmente de ti, y son actores pasivos en esta aventura que se dejan llevar por lo que cada reino tenga para pedirles.
Poca relación con los posteriores Final Fantasy encontraréis aquí. Hay algunos enemigos recurrentes, como los duendes o los boms, y jefes mayores, como Tiamat y Echidna. También podemos sumar el tropo de los cristales y los barcos voladores. Ya está: nada más.
Su identidad es, en pocas palabras, genérica. Incluso para su época, no era ningún juego revolucionario en su narrativa y personajes. Aunque sí tenía ciertos puntos de ventajas sobre sus contrincantes.
Bailando en la oscuridad
Voy a decirlo ya: sin su música, un análisis de Final Fantasy no sería digno de mención. La historia no ganaría ningún premio ni hoy ni en su día, pero la banda sonora que Nobuo Uematsu creó con los pocos recursos que tenía salvó el juego. El trabajo de este hombre merece ser tildado de legendario.
No podría imaginar un mundo en el que no tuviese la alegría de conocer a la vieja bruja de Matoya sin una sonrisa por sus alocadas vivencias. No sería lo mismo entrar a explorar mazmorras sin la curiosidad que despierta el el monte Gulg. Y dios me bendiga si no hablo del tema de los Cristales, una magnífica melodía relajante que marcaría la saga por siempre.
La mejor parte es que estos no serán los trabajos más famosos ni mejor valorados de toda la obra de Uematsu. Esa es su magia. Estos son temas que de haber jugado en su día a los juegos originales atrapan una emoción y la encapsulan para cuando vuelvas a oír sus notas en nuevas versiones. Pixel Remaster trabaja en remixes muy diferentes a los del juego base, y son efectivas.
Probablemente sea lo mejor de la propia remasterización. Ni su mejora gráfica ni los extras como el bestiario: el auténtico acierto está en la reinterpretación de esos temas. Mt. Gulg ahora es una exploración tranquila y atrevida. Los combates contra los jefes especiales son un espectáculo al borde de la muerte. Y el Templo del Caos tiene cierto aura de finalidad, melancolía y ciclos por resolver en cómo usa sus instrumentos.
Pixel Remaster no es un nombre adecuado para el trabajo aquí realizado. La música está muy por encima del aspecto visual aplicado al título.
Moldeadores del caos
Hay mucho más que decir de lo bueno de la música y lo menos positivo de la narrativa. El gran problema al que se enfrenta este análisis de Final Fantasy I Pixel Remaster es enfrentarse a los tiempos que corren. Un título ya con más de treinta y cinco años no puede compararse a entregas más actuales, especialmente en lo que se refiere a su diseño.
La progresión es nefasta. Podemos ir solucionando de pueblo en pueblo los problemas de la gente, pero ellos no harán nada por nosotros. Tenemos que caminar largos caminos, volver atrás y adelante, hablar con cada mínimo NPC para descubrir qué hacer a continuación… Hay un punto de la trama en el que superamos una mazmorra y nada más salir se nos pide volver a recorrerla entera. Incluso con una guía en mano puede ser agobiante.
Tampoco es que los combates arreglen esta situación. El diseño de estos nos pide tener un equipo equilibrado entre clases, lo que trae un poco de estrategia. Poco es la palabra clave. Tres de las seis clases se dedican gran parte de la partida a sólo tener la opción de atacar. Eso convierte los combates en un proceso en el que no pensar, sólo pulsar el botón de acciones automáticas.
Ese botón es, además, una de las pocas funcionalidades extra inexistentes antes que ayudan a llevar el juego adelante. Los extras incluidos en otros remakes del original, como la mazmorra adicional secreta, desaparecen en esta edición. Se mantiene y amplía el bestiario con un mapa que nos deja ubicar a los enemigos en todo el mundo, pero no compensa un contenido que aportaba tantas horas.
Conclusiones
Mis sentimientos están encontrados en este análisis de Final Fantasy I Pixel Remaster. Aunque guardo recuerdos llenos de cariño hacia el título original duele ver lo mal que ha envejecido en su diseño, su planteamiento de los combates y el mapa. Aun así, lo compensa en todos los puntos que puede: el trato gráfico que ha recibido es de lujo, y la música orquestada eleva una banda sonora magnífica por sí sola. Me alegro de revisitar un juego tan importante en la historia de Square Enix.