No eran pocas las ganas de escribir un análisis de Final Fantasy VI Pixel Remaster. Aunque mi llama como fan de la franquicia más famosa de Square Enix se fue apagando con los años, rememorar aquellos juegos que me hicieron sentir la magia siempre es una experiencia prodigiosa. No en vano, Final Fantasy VI es para mí -y para muchos- uno de los mejores títulos de la saga y de los favoritos dentro del compendio clásico que publicaba la longeva Square a mediados de los 90.
Prácticamente la totalidad de títulos clásicos de Final Fantasy se cimentan en la fantasía medieval tradicional. Hablamos pues, de una ambientación que Hironobu Sakaguchi, artífice de la saga, domina a la perfección, creando a su alrededor toda una mitología con ciertos pilares inviolables. Magos negros, magos blancos, invocaciones, chocobos, cristales, héroes de la luz… Un cóctel con un destino rutinario: salvar un mundo abocado a la oscuridad.
Con Final Fantasy VI el creativo decidió dar un golpe sobre la mesa y despegarse de la ambientación clásica, para abrazar otros entornos donde germinar una historia. Tal es así, que aquí nos vemos arrastrados a un mundo donde la tecnología ha cobrado más importancia que otros elementos, presentándonos una suerte de «revolución industrial» donde la maquinaria existe para mejorar la calidad de vida de las diferentes poblaciones que habitan este singular universo.
Claro está, algunos de los elementos tradicionales que cité antes siguen presentes, como los chocobos o la clasificación de la magia en diferentes familias como la blanca o negra. La diferencia es que se rompe la tradición de los trabajos «jobs» para que sean los espers (invocaciones) los que enseñan las destrezas mágicas a los personajes, permitiendo así la novedad al jugador de mezclar el aprendizaje de hechizos y habilidades acorde a su gusto y forma de jugar.
Otra de las revoluciones que presentó este título fue la posibilidad de formar el grupo «party» que quisiéramos llegados a un punto avanzado de la historia. Mientras los anteriores Final Fantasy nos daban un grupo inicial que variaba en función de las necesidades de la historia, aquí la historia se subyuga a los personajes, exhibiendo un protagonismo novedoso incluso para el género en aquellos años.
No solo presentan historias propias que se van desarrollando con una brillantez intachable, sino que en lo jugable tienen matices que les hacen únicos y les otorgan un valor para que el jugador los considere a la hora de crear sus grupos de acción. Por ejemplo, Edgard puede hacer ataques devastadores si compramos o encontramos armas magitek que pueda explotar con sus conocimientos de ingeniería. Por otro lado, su hermano Sabin ejecuta habilidades de artes marciales muy poderosas si introducimos determinados combos cuando seleccionamos el comando correspondiente. Y así con los catorce personajes jugables que iremos conociendo durante el transcurso de la obra.
A su vez, los espers los asociamos a los personajes, no solo para que puedan convocarlos en combate y desencadenar sus poderes, sino también porque serán la principal mecánica de «buildeo», permitiéndonos enseñarles diferentes magias y habilidades especiales. Estamos, pues, ante el Final Fantasy clásico con más libertad para el jugador, una libertad que se convertiría en santo y seña en títulos siguientes.
También sea dicho, Final Fantasy VI no es de estos juegos que te sientas y te dedicas a tirar millas para llegar al final, archivarlo y a otra historia. No sigue un formato tan encorsetado como los anteriores, sino que su mundo abierto (ya sabéis, la típica maqueta de globo terráqueo con diferentes localizaciones) realmente se siente como tal, pudiendo ir a muchísimos lugares opcionales para descubrir nuevas subhistorias, objetos importantes, espers o minijuegos.
Esto también derivó en una aventura algo confusa y difícil para algunos, pues su mundo invitaba a explorarse concienzudamente con el afán de que nuestros héroes madurasen lo que el desarrollo principal de la historia demandase. Era típico vérselas con algún jefe que nos ponía con el agua al cuello (Ultros no te estoy mirando ni nada) o algún puzle que requería que visitáramos localizaciones que ni sabíamos que existían.
Como todo lo demás citado, esto no os sonará novedoso a los veteranos de los títulos de PlayStation y siguientes, pero repito que Final Fantasy VI fue el primero en muchas de las cosas que asociamos como lógicas y típicas de la saga. Realmente estamos ante un juego muy ambicioso para los estándares a los que estaban acostumbrados los jugadores de su época. Si es que hasta en lo visual y sonoro, siendo el Final Fantasy con los sprites más elaborados, composiciones multi-instrumentales, localizaciones más grandes y complejas y hasta un mundo abierto que ya utilizaba técnicas 3D para simular horizontes, fue un hito.
En general, Final Fantasy VI se coronó como un nuevo techo para el género RPG, un trono que no pudo disfrutar demasiado, pues como bien sabemos, un año después llegó Chrono Trigger para darle tal paliza en novedades e ideas radicales, que la aventura de Terra y compañía pasó a ser solo de culto para los fans de la franquicia y no tanto para los entusiastas del género.
La escena de la ópera nos llega incluso doblada al castellano. Todo un detalle con el que los más fans van a alucinar.
Con este relanzamiento tenemos una nueva oportunidad para (re)descubrir la magia de Final Fantasy VI. Me ha alegrado comprobar que algunos de los fallos que presentaban las versiones Pixel Remaster de las entregas previas están subsanados en esta. Se agradece no tener que soportar «issues» de framerate o tearing, aun jugando con pantallas sin g-sync o freesync.
Como ya sucedía en entregas pretéritas, la calidad de los escenarios se ha potenciado enormemente, siendo más coloridos y rebosantes de detalles impensables en la aventura original. Las batallas gozan de efectos 3D bastante trabajados para ciertos hechizos y habilidades, teniendo un HUD más pequeño para ejecutar las órdenes, lo cual se agradece enormemente para disfrutar de los detalles de las arenas de batalla y para no sentir esa saturación de elementos típica de los anteriores.
Para los más entusiastas, tenemos un bestiario, una galería de imágenes y un «tocadiscos» en el menú principal donde embelesarnos con las toneladas de información, arte conceptual de Yoshitaka Amano y la majestuosa banda sonora de Nobuo Uematsu reorquestada de manera cuidadosa y respetuosa. Todo un placer auditivo, he de confesar.
Eso sí, volveré a quejarme de que no estaría de más la inclusión de algunos trucos para aligerar la experiencia a los neófitos a la obra. Si las remasterizaciones de FFVIII y siguientes los tienen, no entiendo porque los más clásicos, siendo aún más duros, carecen de ellos.
Me alegra ver que Square Enix aprendió de sus errores, aunque lo haya hecho tarde. Así como analizando Final Fantasy III o IV Pixel Remaster me quedé con sensaciones de que eran remasterizaciones hechas a toda prisa para rascar bolsillos, realizando este análisis de Final Fantasy VI Pixel Remaster me he dado cuenta de que al fin estamos ante un juego al que le han dedicado el mimo y tiempo que realmente necesitaba.
Estamos ante la mejor versión existente de Final Fantasy VI, ya no solo en lo visual y sonoro, sino también en lo técnico, gracias a un framerate sólido y las ventajas visuales que ofrece un entorno de batalla más limpio así como la ausencia de tiempos de carga entre batallas. Un mal que venía pesando incluso desde la versión de PSP y que al fin ha desaparecido.
No lo dudes, culpable. Tanto si has jugado a Final Fantasy VI como si nunca te has aventurado a hacerlo, Final Fantasy VI Pixel Remaster es la mejor puerta de entrada para disfrutar de uno de los juegos más importantes, ya no solo de Final Fantasy, sino de la historia del género JRPG.
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