La mente de todo jugón veterano está llena de grandes recuerdos. Retazos de nuestra vida videojueguil que quedaron grabados para siempre en nuestra mente y que, de vez en cuando, afloran para hacernos sentir un repentino latigazo de emoción. Son momentos tremendamente personales y, desde luego, cada uno tendrá los suyos propios. Sin embargo, estoy seguro de acertar si digo que existe uno de esos momentazos que compartimos la enorme mayoría de culpables que pasamos de las treinta primaveras: aquellas tardes de sábado en los recreativos del barrio jugando como si no hubiera mañana a alguno de los grandes beat’em up de principios de los 90.
La leyenda comenzó a gestarse en 1987 con Double Dragon de Technos Japan, pero fue a partir del lanzamiento de Final Fight en 1989 cuando el género experimentó un auténtico boom en el que Capcom, Konami, Sega (y en menor medida otras compañías como Taito, Data East, Irem, SNK o la mencionada Technos) inundaron las salas arcade con infinidad de títulos con los que descargar adrenalina a base de repartir tortas virtuales.
Pero como toda moda, la fiebre de los beat’em up acabó pasando en pocos años; y se ve que acabamos tan empachados de dar leches a diestro y siniestro que el género ya jamás volvió a ser lo que fue a pesar de algún que otro intento meritorio por resucitarlo.
Es en este contexto donde hay que entender la importancia de Violent Storm, lanzado por Konami en 1993 y que podríamos considerar como “el último gran beat’em up”. De hecho, dado este lanzamiento un poco a destiempo no es un arcade excesivamente conocido a pesar de su increíble calidad.
Violent Storm es también un juego peculiar en otro sentido. Si habéis jugado a TMNT, The Simpsons Arcade Game, X-Men, Astérix, Vendetta y otros beat’em ups de Konami sabréis de sobra que los arcades de esta compañía tenían un estilo propio que los diferenciaba considerablemente de los de su gran rival Capcom. Sin embargo, Violent Storm, aun manteniendo detalles de marcado carácter Konamístico, bebe exageradamente de gran clásico de Capcom Final Fight.
Para empezar, el argumento de rescatar a la rubia de turno apresada por la banda de frikis del barrio y el trío de protagonistas siguen a rajatabla los cánones instaurados por Final Fight. Así pues tenemos a Wade, el típico guaperas de características equilibradas; Kyle, el debilucho pero veloz; y Boris, el “Haggar” del grupo especializado en romper cráneos a base de piledrivers. Y no solo es eso, sino que escenarios y enemigos también dejan una sensación de deja vu más que sospechosa.
No obstante, como decíamos antes, el juego también tiene varios detalles “marca de la casa”, como por ejemplo sus gráficos tan coloridos o la cuidada banda sonora, que incluye varios temas cantados.
Poco importan en cualquier caso las influencias cuando te pones a los mandos de Violent Storm. Y es que nada más empezar la partida te das cuenta que estás ante un auténtico primera clase del género. Los sprites, a pesar de su enorme tamaño, se mueven con gran fluidez, y la acción transcurre a un ritmo bastante ligero. Igualmente, el control, aunque poco innovador, se adapta perfectamente al dinamismo general del gameplay, respondiendo con la precisión y suavidad necesaria para que no tengamos que acordamos de él (ni de la familia de los programadores) mientras jugamos. Pero ojo, que con esto no quiero decir que se trate de un juego fácil, más bien todo lo contrario. Hasta los punkies de poca monta intentan a veces rodearte y pillarte por la espalda y hay algunos enemigos corrientes que dan casi tanto por saco como un jefe de fin de fase.
Y ahora que salen a colación los final bosses, comentar que se trata de uno de los aspectos que menos me han convencido del juego. Salvo alguna excepción, se abusa del típico sprite tan mastodóntico en tamaño como cortito en animaciones, y tampoco su diseño es que sea excesivamente inspirado.
Sí que me gustaría destacar por último el buen rollo que el juego desprende por los cuatro costados, algo que también es muy típico de otros beat’em up de Konami. Vale, hasta Final Fight tenía sus momentos cómicos como el archifamoso “Oh! my god!!” (no te sonrojes, yo también creía que decía «Oh! my car!!»), pero en Violent Storm la cosa va bastante más allá de pequeños gags esporádicos (que los hay en abundancia). Este “positivismo” empieza con los temas de la banda sonora, en general muy alegres y dicharacheros, y continúa con la curiosa “fauna” que puebla los escenarios de fondo, la mayoría harapientos y desdentados, pero casi todos luciendo sonrisa de oreja a oreja y actitud despreocupada.
En definitiva, puede que Violent Storm sea demasiado “genérico” en su planteamiento y que realmente no aporte nada al género, pero en mi opinión no estamos solo ante el mejor beat’em up de Konami, lo que ya sería decir mucho, sino ante uno de los mejores de todos los tiempos. Parece mentira que un juego con tantísima calidad técnica y jugable haya tenido tan poca repercusión posterior. Estoy convencido que de haber salido un par de años antes ahora estaríamos hablando de Violent Storm como de un clásico a la altura de los más grandes del género.