En la última década, los videojuegos se han consolidado como una gran industria a la altura de las de otros grandes productos culturales y cada año no hace más que crecer y crecer. Y ya no solo estamos hablando de aquel conocido dato que mencionaba que los videojuegos movían más dinero cada año que el cine y la música juntos, sino que hasta los eSports, es decir, la parte competitiva de los videojuegos, está comenzando a masificarse tanto en su público como en sus participantes. Ahora bien, ¿qué es lo que ha cambiado en estos años?
En los últimos días han salido ciertas noticias que sin duda dan que pensar, y mucho. Principalmente me refiero a aquel rumor, comenzado por EA, que situaba a más de 1.000 personas y 7 estudios que estaban desarrollando Assassin´s Creed 4: Black Flag. Días más tarde también se empezó a hablar de que Bioshock Infinite contaba con un presupuesto de, nada más y nada menos, que 200 millones de dólares. Incluso la misma Jade Raymond sugirió la posibilidad de que, con la llegada de la próxima generación solo habría 10 juegos de alto presupuesto, los llamados Triple A, al año. Seguro que muchos de vosotros ahora os estaréis preguntado sobre qué es lo que me ha dado que pensar, ya que cuanto mayor sea el presupuesto, mejor será el resultado final. Eso no lo discuto, porque es cierto, lo que si pongo en duda es si este es el modelo de negocio que queremos o, mejor aún, si este es el camino que más nos beneficia.
Si echamos la vista atrás podremos apreciar cómo, en cosa de 20 o 25 años, el panorama videojueguil ha cambiado drásticamente. Hemos pasado de una situación en la que había multitud de pequeños estudios y donde cualquiera podía desarrollar un proyecto en su casa a tener grandes compañías con decenas, cientos o incluso miles de trabajadores altamente cualificados. Hemos pasado de que los juegos triunfasen por su calidad a que los juegos triunfen en función de cuánta gente lo compre (Call of Duty) o cómo de grande es el espacio publicitario que se permiten adquirir.
Todo esto viene dado por la propia tecnología, que es la que mueve este mundillo, ya que ahora mismo una persona sola, o un incluso un estudio pequeño, no tiene los recursos suficientes para poder hacer un juego de la misma extensión que los que llevan el sello de Ubisoft, Electronic Arts o Rockstar, por poner unos ejemplos.
Y a veces ni siquiera eso es suficiente. La misma Square-Enix considera que Tomb Raider es un fracaso (económicamente hablando) a pesar de haber vendido la friolera de 3,4 millones de copias en un mes. Según un analista, las ventas se tendrían que haber situado entre 5 y 10 millones para suplir los costes del desarrollo, que fueron de 100 millones de euros.
¿De verdad es esto lo que queremos? ¿De verdad queremos limitar el desarrollo a unos pocos estudios? ¿De verdad vamos a premiar el presupuesto antes que la innovación, originalidad y calidad? ¿Ese es el panorama que queremos ver dentro de unos años? ¿De verdad necesitamos que con cada generación se aumenten los píxeles en pantalla? ¿De verdad necesesitamos cada vez mejores y más texturas? ¿Acaso no conviene mucho más un progreso muchísimo más lento pero optimizando y explotando al máximo lo que vamos teniendo a nuestra disposición? ¿Dónde está la necesidad y utilidad de que las Nvidia y AMD de turno nos saquen tarjetas gráficas más potentes cada pocos meses?
Tengo muy claro que esto no deja de ser un negocio y que se necesita vender, pero también estoy convencido de que si estableciera un estándar durante un largo período de tiempo, hacer un videojuego estaría al alcance de mucha más gente. Y ¿qué es lo que pasa cuando la competencia en este tipo de productos es tan grande? Pues que la calidad es lo primero que se tiene en cuenta.
Como decía al principio, los videojuegos se ha convertido en una industria y ahora no importa cómo de bueno seas programando, no importa si tienes una gran historia que contar, no importa si eres creativo ni tampoco importa la originalidad de tu juego. Ahora solo importa el nombre que tengas detrás y cómo de grande sea el músculo económico que te impulsa. Y es una auténtica pena.
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