The Legend of Zelda: Breath of the Wild tendrá DLC. Y todos odiamos los DLC. Dejemos esta espiral por una vez, Nintendo ya hizo las cosas bien una vez y, en esta ocasión, la culpa no es del contenido.
Odiamos los DLC. Los consideramos malos para la industria, un juego capitalista de las compañías, una forma de que se rían de nosotros. Casi un engaño, una estafa. Tal es así, que la nueva ola de aversión ha sacudido fuertemente a uno de los últimos anuncios de Nintendo: The Legend of Zelda: Breath of the Wild tendrá DLC. “¡Un Zelda con DLC!”, “¡Nintendo ha cambiado!”, “¡Es el fin de los videojuegos!”, “¡A la hoguera!”.
(Aquí os dejo la opinión de mi compañero Manu sobre el tema)
La reacción natural de una parte importante de la comunidad de Internet que sigue el mundo de los videojuegos ante el anuncio fue esa dramatización. Los odiamos, eso está claro. Pero, aunque la antipatía tiene explicación, muchas veces odiamos injustamente. Muchas veces no pensamos en los porqués o en las posibles consecuencias de un suceso y nos limitamos a juzgar y criticar. Una adaptación de esa “cultura del odio” que tanto abunda en la red y más especialmente en los videojuegos, donde llegan a aparecer conductas infantiloides e irracionales.
No digo que esta vez sea una de ellas, y tampoco veo necesariamente bien que Zelda tenga contenido extra de pago. Pero sí que creo que el punto sobre el que se han basados las críticas no es el correcto. Seamos sinceros y dejemos a un lado la hipocresía: los DLC funcionan. Se ve que la relación es más de amor-odio que de odio puro, aunque reine la demagogia, porque es bastante simple: si no se pagasen estos contenidos las empresas dejarían de producirlos.
Además de un movimiento inteligente de las compañías, cuyo objetivo final es ganar dinero (nunca nos olvidemos de esto, nos ahorraremos muchos disgustos), los DLC son una respuesta y una evolución de los cambios de ritmo en la producción de videojuegos. Los grandes estudios estiman que es mejor sacar una gran cantidad de títulos y esto, irremediablemente, genera una serie de situaciones que no se pueden evitar.
No hablo, precisamente, de la aparición de juegos mediocres e intrascendentes, similares unos a otros o que no buscan innovación. Esos que solo surgen para ser consumidos lo más rápidamente posible y que pasan por el jugador sin decirle nada y que aportan tan solo una ración de cuestionable entretenimiento. Esto se puede tomar como algo negativo para el desarrollo de la industria y de su evolución cultural y artística, pero, siendo bastante más básicos, también tiene algo bueno: hay más cosas para jugar. Y si nos dejamos llevar por el hype una cosa está clara: el nuevo Zelda no parece cumplir ninguna de estas condiciones.
No obstante, los tiros no van por ahí esta vez. El punto es que esta ola interminable de producción de videojuegos en masa se sustenta en periodos de trabajo más cortos y una de las consecuencias que ha generado es la aparición de los DLC. Para que un juego resulte más atractivo (o llegue a serlo si es que no lo es por sí mismo) se añade más contenido que, de querer mantener un desarrollo más largo, sería complicado de incluir. Y, a pesar de lo que pudiéramos pensar, esto no es necesariamente malo.
No todos los DLC son malos
Iré a lo sencillo: Left Behind, DLC de The Last of Us surge también de esta manera. Es un contenido adicional que aporta algo que no es necesario al juego base. ¿Pero por qué no hubo esta ola de odio con Left Behind? Es muy simple: confiamos en Naughty Dog por diversas razones, The Last of Us es considerado como un muy buen juego y Left Behind no engañó a nadie y, por si fuera poco, resultó ser un excelente DLC. La fórmula lógica es muy sencilla: si haces las cosas bien evitas el odio. Como cabía esperar.
Un ejemplo similar es The Witcher III. Confiamos en CD Projekt y su buen hacer, The Witcher III es un buen juego, y sus expansiones (aunque levantaron algo más de polémica) son buenas y añaden contenido al juego. Lo hacen, si no mejor, más completo. Podemos decir lo mismo de Bloodborne. From Software es un estudio que hace las cosas bien y no engaña a nadie, Bloodborne es un gran juego y la expansión es maravillosa. Fácil y sencillo. Y no nos llamemos a engaño: Left Behind, Blood and Wine, The Old Hunters y el pack de mapas número 283 de Call of Duty surgen por lo mismo: hacer más atractivo un producto para generar más ingresos. Es el juego del capitalismo, se puede jugar mejor o peor, justa o injustamente, pero se juega.
El problema aparece cuando se percibe que una empresa no necesariamente quiere que su producto sea más atractivo, sino que simplemente quiere sacarnos el dinero. Por ejemplo con un contenido que es tan nimio que podría ser añadido de forma gratuita con una actualización, contenido que se extrae del juego base para poder añadir una “expansión” más adelante y rascar 20 euros más, o anunciar que tienes 3 expansiones preparadas para meses posteriores al lanzamiento del juego que, vete tú a saber, podrían estar incluso dentro del disco pero nos obligan a volver a pasar por caja. Esto denota falta de amor por lo que se vende y también falta de respeto hacia tu público. Y esto sí es criticable.
En la siguiente página hablamos del caso de Nintendo
Nintendo ha querido modernizarse y subirse al carro de la normalización en la industria. Un movimiento absolutamente lógico como empresa y entendible dentro del panorama actual. Porque, al final, son algo con lo que ya convivimos y que hacen todas las empresas, con mayor o menor eficacia. No me meto ya en si Nintendo no debería de haber caído en “el juego sucio” de los DLC o de si eso los hace menos puros, ese es otro debate. El caso es que la Gran N se ha visto sumida en una espiral de odio causada por todos los varapalos que nos hemos estado llevando los consumidores desde hace unos años. Y el contenido descargable de Zelda ha sido el centro de atención, para su desgracia.
Odiamos los DLC, sí. Pero injustamente en ocasiones. Nintendo ya ha demostrado que puede hacer las cosas bien, ya lo hizo con Mario Kart 8. Lanzó al mercado un buen juego, un juego completo y tremendamente competente y, meses después, ante la demanda de los usuarios, desarrolló un DLC con bastante contenido. Y todos tan contentos: Mario Kart 8 era un mejor juego, los usuarios tenían más Mario Kart 8, y Nintendo tenía unos yenes más en el bolsillo. Todos ganamos.
Dejemos las formalidades de lado: Zelda tiene toda la pinta de ser un juegazo. Quizá el juego más ambicioso y con más potencial de los últimos años, quién sabe si de toda la historia. Los que tenemos dos dedos de frente y amamos este mundo queremos que Zelda triunfe. Queremos que Nintendo se lleve una alegría, porque es la alegría de los jugadores. Y también queremos disfrutar del juegazo que, convencido estoy, será Zelda. Por eso mismo es por lo que nos duele tanto que ahora haya metido la pata. ¿Por qué ahora, Nintendo? ¿Por qué si ya lo habías hecho bien antes?
El problema no es el pase de expansión, el problema es la comunicación
Pep Sànchez, de AnaitGames, dio con la tecla en el Podcast Reload, a mi ver. The Legend of Zelda: Breath of the Wild podrá ser un gran juego, pero aún no ha demostrado nada. Es más, lo único que ha hecho es incumplir promesas como el lanzamiento en exclusiva para Wii U o los varios años de retraso que tiene a las espaldas. Si a eso le juntamos la mala comunicación de Nintendo y que lleva una temporada encadenando malas noticias tenemos que el problema no ha sido de contenido sino de forma. Llevamos años esperando por este juego y, de una u otra manera (y sin que ellos hayan querido necesariamente) nos han engañado. Los DLC de Zelda simplemente han sido la gota que han colmado el vaso para que Internet estalle.
Los nipones han querido apresurarse y se han acabado dando un tiro en el pie: el anuncio del contenido extra ha sido feo y ha sentado mal porque ha salido a escasos días del lanzamiento del juego cuando aún nadie lo había pedido y cuando lo único que ha traído el nuevo Zelda hasta ahora han sido disgustos. Esta decisión es criticable y debe ser criticable para que las empresas terminen con su recochineo. Pero no tiene por qué ser un nuevo motivo de odio.
La cultura del odio de Internet, que decía, nos lleva a juzgar las cosas mal, rápido, y antes de tiempo. Nintendo ha demostrado que puede hacer las cosas a nivel de contenido tan bien como Naughty Dog, From Software o CD Projekt en el pasado. Por eso creo que las críticas a los DLC de Zelda no están justificadas. Al menos de momento. Lo malo no son los DLC, sino el anuncio. Por lo que, siguiendo lo que dijo Víctor Martínez (a.k.a. chiconuclear) también en el Podcast Reload, lanzo una petición al aire: no vendamos la piel del oso antes de cazarlo.
Deberíamos levantar el velo hipócrita y rupturista de vez en cuando. Es excelente quejarse cuando se hacen las cosas mal y cuando se ríen de los consumidores, pero aún no sabemos nada de los DLC como para enjuiciarlos de esta manera. Esperemos a Zelda, esperemos que cumpla con creces y luego ya valoraremos si queremos o no más contenido y si ha sido necesario. Pero no caigamos en la espiral de criticarlo todo sin ninguna razón y de perder el foco de debate para caer en la aversión. Hay que ser crítico, pero odiar sin razón, por muy interesante que se piense la gente y ciertos personajes de Internet que es, solo evidencia falta de criterio. El odio lleva al sufrimiento, y aquí hemos venido a disfrutar.