Tras demostrar hace pocos días con Indiana Jones Greatest Adventures que los videojuegos desarrollados a partir de licencias cinematográficas no siempre fueron basura oportunista, vamos a seguir desmontado ese mito con Willow, magnífico arcade de Capcom dirigido por Yoshiki Okamoto para la gloriosa placa CPS-1 y basado en la no menos gloriosa película homónima de 1988.
Supongo que para la mayoría de culpables no serán necesarias las presentaciones, pero si hay por ahí alguien que no haya visto la película en alguna de sus múltiples reposiciones televisivas, comentar que se trata de una aventura de espada y brujería creada a partir de una historia de George Lucas y ambientada en un mundo fantástico fuertemente inspirado en la obra de Tolkien (de hecho se dice que la primera intención de Lucas fue la de realizar una adaptación de El Hobbit).
Aunque en su día solo obtuvo un éxito muy moderado, con el paso del tiempo se ha convertido en un film de culto para los amantes del género de la fantasía, a la altura de otros clásicos ochenteros como La Historia Interminable, Dentro del Laberinto, Lady Halcón o La Princesa Prometida.
Podría decirse que la recreativa corrió una suerte aún más aciaga que la de la película. A pesar de que Capcom superó con matrícula el reto de convertir en videojuego toda la magia que envolvía el mundo fantástico mostrado en la gran pantalla, su repercusión quedó muy lejos de la de otras joyas legendarias de CPS-1 como Ghouls’n Ghost o Final Fight, lanzados un año antes y después que Willow respectivamente, y aún hoy me atrevería a decir que sigue siendo uno de los grandes clásicos olvidados de Capcom.
Gran parte de este relativo desconocimiento puede deberse también a que Willow no llegó a ser convertido jamás a ningún ordenador o consola doméstica. Bueno, al menos este Willow, porque sí existieron otros dos juegos de la película completamente diferentes de la recreativa: un Action RPG estilo Zelda para NES también de Capcom y otro bastante infame desarrollado por Mindscape en 1988 para Amiga, Commodore 64, Atari ST y PC.
Volviendo a la recreativa, olvidada o no, lo cierto es que una Capcom en estado de gracia cogió la licencia de la película y se sacó de la manga un pedazo de arcade de acción y plataformas en que se percibían claramente influencias de otros juegos de la compañía como el ya citado Ghouls’n Ghost o Strider y que no solo destacaba por su gran nivel técnico y jugable, sino también por su altísima fidelidad al film.
Los gráficos simpaticones estilo cartoon eran ya una pequeña obra de arte en sí mismos, a los que había que añadir una excelente banda sonora muy del estilo Capcom obra de Takashi Tateishi, uno de cuyos últimos trabajos ha sido participar en la música de Mighty No. 9.
Controlando a los dos personajes principales de la película, el Nelwyn aspirante a mago Willow Ufgood y el guerrero humano Madmartigan, debíamos recorrer seis coloridas y variadas fases hasta acabar con la malvada reina bruja Bavmorda y rescatar al bebé de la profecía Elora Danan.
Siguiendo la trama del film, en cada fase manejábamos alternativamente a uno de los protagonistas (salvo en una en que se nos daba la posibilidad de elegir y en la última en que hay una parte para cada uno) y a lo largo de todas ellas nos las teníamos que ir viendo, bien a modo de enemigos corrientes bien como jefes de fin de fase, con la mayoría de peligros y sicarios de Bavmorda presentes en la película como los perros de la muerte, los trolls del castillo de Tir Asleen, Sorsha (hija de la reina), el monstruo escupe fuego de dos cabezas Eborsisk o el general Kael.
Cada personaje poseía una jugabilidad propia ya que mientras que Willow atacaba lanzando “bolas” de magia, Madmartigan usaba su espada. No obstante, ambos compartían la habilidad de realizar un ataque más poderoso dejando el botón de disparo pulsado para ir rellenando una barra situada en la parte inferior de la pantalla. Como se ve en las imágenes, esta barra se dividía en segmentos de distinto color, correspondiendo cada uno con un nivel de potencia, de manera que si soltábamos el botón antes llenar completamente el medidor, la fuerza del ataque se correspondería con la del color hasta el que hubiéramos llegado.
La verdad es que siempre le he tenido especial cariño a este arcade, no ya únicamente por el profundo impacto que causó la película en mi mente infantil, sino también porque me encantaba ver jugar a un amigo mío que conseguía completarlo con una sola moneda de 25 pesetas. Y os aseguro que esto era una hazaña digna de ser recordada pues la dificultad de la recreativa era demasiado alta para cualquier jugador corriente.
Sí, creo que “demasiado” es precisamente la palabra que sirve mejor para ilustrar el nivel de dificultad: nuestros puntos de vida demasiado escasos, los enemigos demasiado duros, las trampas demasiado abundantes, los saltos demasiado largos, el tiempo para completar las fases demasiado corto…
Además de en nuestros reflejos y habilidad a los mandos, la clave para avanzar estaba en reunir la mayor cantidad de monedas de oro posibles, monedas que se obtenían de los enemigos al morir o de cofres esparcidos por los escenarios. Con este oro podíamos comprar posteriormente en las tiendas de cada nivel magias más poderosas para Willow, mejores espadas para Madmartigan así como puntos de vida adicionales e incluso vidas extra.
De esta manera, el juego te metía en un círculo vicioso del que era muy difícil salir bien parado: si no “upgradeabas” la magia o la espada te podías olvidar de superar el nivel, sin dinero no había upgrade, pero si te parabas demasiado a farmear te quedabas sin tiempo, y si éste se acababa perdías una vida directamente… Vamos, una locura solo apta para auténticos maestros del joystick.
Resumiendolo todo en un par de frases. Estaba claro que de la unión entre la imaginación de George Lucas y la genialidad de aquella Capcom de antaño que convertía en oro todo lo que tocaba solo podía salir algo tan mágico como Willow. Un precioso cuento de amor y amistad, una aventura fantástica y un arcade old school de los que se llevan en el corazón para siempre.