“It’s me… ¡¡¡WARIO!!!”
Antes de hacerse famoso por su franquicia Ware de minijuegos, Wario se dedicaba a hacer la vida imposible al bonachón de Mario. Pero entre ambos sucesos, hubo un antes y un después, un juego que lanzó al estrellato al anti-Mario.
Si no recuerdo mal, la primera aparición de Wario, fue en forma de enemigo principal, y final, del juego Super Mario Land 2, y no lo debió de hacer muy mal, porque el siguiente juego de la franquicia Land fue precisamente, Wario Land, con el sobrenombre de Super Mario Land 3. Y no sólo del nombre bebía esta nueva franquicia, si no que la jugabilidad del mismo, era más que divertida, e inspirada totalmente en los plataformas más típicos de Mario.
El argumento del juego, en contraposición de los típicos “Marios”, narraba la historia de un avaro personaje, ávido de recolectar monedas y tesoros piratas por doquier. Y es que, para Wario, no cabe la grandiosidad de rescatar princesas o salvar el Reino Champiñón de las garras de Bowser. Tan sólo existe la satisfacción de robar el tesoro de la capitana pirata Sirope, su archienemiga.
Y es que, en el fondo, Wario necesita pocas más cosas a parte del dinero y los tesoros, bueno, algo más sí que necesita, cebollas.
Mientras la base de los poderes de Mario son las setas, de Wario son las cebollas.
Durante todo el juego, el cual está ambientado en una isla pirata, nos encontraremos bloques de los que coger objetos que nos ayuden en nuestra aventura. Todos estos objetos, potencian nuestros poderes en forma de casco. Por un lado, están las cebollas, que como he dicho antes, son el equivalente a las setas de Mario. Con ellas podemos volver a ser Wario normal, cuando nos han herido y convertido en mini-Wario, o adquirir el casco Toro cuando las cogemos en estado de Wario normal.
Este casco Toro, como principal power-up, potencia nuestra fuerza de placaje, acción básica durante todo el juego (y el resto de la saga), puesto que, además de romper bloques y matar enemigos a saltitos, podemos eliminarlos con arrolladores placajes. Y otro curioso poder que nos regala este casco es la de poder quedarnos fijados a bloques y techos, gracias a los cuernos.
Durante el juego, encontraremos dos power-ups más, aunque la cebolla es la más habitual. Uno de ellos, con forma de cabeza de dragón (e incluso de jarrón según se miré), nos da la habilidad de escupir fuego (incluso debajo del agua… ¡cómo mola saltarse las leyes de la física!), permitiéndonos eliminar enemigos a media-larga distancia.
Y el tercero de los power-ups, es una especie de aerodeslizador. No nos da más fuerza, pero alarga muchísimo, el “tiempo” de los placajes, permitiéndonos de este modos, salvar abismos, y enormes saltos.
Sin duda alguna, no estamos ante un plataformas más. Supo mantener las señas de identidad típicas de Nintendo y Mario, pero sabiendo innovar lo suficiente, como para suponer un soplo de aire fresco en un estilo de juego, ya entonces, sobresaturado.
Para el que escribe, sin duda alguna, uno de los mejores juegos de los que pudo disfrutar en esa primera y monocrómica Game Boy (la Ladrillaco Edition). Y 100% rejugable. Según avanzabas en el juego, se desbloqueaban nuevas zonas, e incluso, se modificaban otras para acceder a nuevas secciones y conseguir de ese modo, todos los tesoros del juego.
“Its Wario time”
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