Personalmente esperaba Tomorrowland con muchas ganas, puesto que el argumento de la película me parecía lo bastante atrayente y curioso como para desconectar un poco de las grandes producciones de Disney que en los últimos tiempos son demasiado épicas y estereotipadas. Por mencionar algunas, Vengadores: La era de Ultrón, la nueva de Star Wars o similares.
Pero me he vuelto a encontrar con dos partes bien diferenciadas, como me ocurrió con Into the Woods. Una primera parte que te plantea el argumento muy bien, con suspense, intriga, personajes, acción y muchas promesas de un gran final, pero que se desinfla en cuanto llegamos a lo que es en sí Tomorrowland, donde la falta de explicaciones y la poca profundidad de las que hay, nos dejan una sensación muy agridulce cuando salimos del cine.
Empezando por el principio e intentando no hacer demasiados spoilers, digamos que el argumento trata de una cuenta atrás que terminará con el fin del mundo y de una adolescente muy optimista, que resulta ser la única que hace cambiar la probabilidad de que ese destino fatal ocurra del 100% al 99,5%. Con esta base y sin más explicaciones, como viene siendo habitual últimamente, por desgracia, Brad Bird (Rattatouie, Los Increibles), el director, nos mete de lleno en la vida de Cassey (Britt Roberson), una muchacha llena de optimismo y esperanza, con unas buenas dotes para la tecnología y la ciencia.
Ella será la protagonista junto con Frank Walker (George Clooney) al que conoce después de un sinfín de encontronazos, peleas y escapadas vertiginosas que le comienzan a ocurrir cuando recibe un pin misterioso de Athena (Raffey Cassidy), una pequeña muchacha que la quiere reclutar para cambiar el futuro.
Estos tres elementos son los que crean la primera parte de la película que consigue enganchar, y mucho, en su recorrido. Acción, muchas preguntas y unas cuantas escenas que son, realmente idas de olla (si no ya me diréis cuando veáis la escena de París) consiguen atraparnos bastante. Pero quizás es demasiado largo como presentación ya que todo se centra en intentar llegar a Tomorrowland, y muchas de las escenas son, quizás, excesivas. No es que esta parte se haga demasiado tediosa o larga. Todo lo contrario. El ritmo es el adecuado y las pausas duran lo que tienen que durar, pero no sirven para presentar a los personajes ni darles la suficiente empatía.
De hecho, solo hay un personaje con el que realmente consigues conectar por la gran expresividad que tiene, y es Frank Walker, pero de joven (Thomas Robinson). El joven actor transmite mucho más con la mirada y la sonrisa que muestra en los comienzos de la película que el resto de los actores, con permiso de Athena. Y esto repercute directamente en lo que os comento de la segunda parte de Tomorrowland.
Al no conectar debidamente con los protagonistas de la historia, su evolución para muy desapercibida, incluso la de Geroge Clooney, que sin ser una mala interpretación, no alcanza la patata (el corazón, vaya) de los espectadores. Su personalidad va cambiando poco a poco a lo largo de la película, pero no se llega a ver. Simplemente ocurre, como cuando mezclas coca cola y mentos. No hay momentos claves en los que digas: «ha sido esto». Simplemente, al principio es un tipo de persona, y al final es otro. Ya está.
Lo mismo ocurre con Athena, que es la que lleva la carga emotiva de la película pero que, incluso teniendo el gran momento en sus manos, no fue capaz, al menos a mi, de despertar ese sentimiento, ese impacto, que seguramente buscaba el director. Una verdadera lástima. Esto, sumando a que la parte de Tomorrowland como digo, queda bastante vacía, no ayuda en nada al final de la película. No hay explicaciones, no hay porqués, no hay profundidad y tampoco hay un malo maloso al que cogerle manía. De hecho, siendo Disney, es bastante extraño que el final de éste personaje sea el que es, teniendo en cuenta su grado de «maldad», y es algo que tampoco me gustó.
Lo que sí queda patente en la película es el mensaje de optimismo de Bird ya que intenta, aunque no creo que lo consiga mucho, hacernos ver que seguir adelante no solo es caminar en línea recta, sino aspirar a arreglar las cosas. Ése es el espíritu de Cassey y eso es lo que la hace tan especial. Nuestra pequeña optimista frente a un mundo abocado a su final es la historia que todos los días nos intenta meter Disney entre ceja y ceja: que con trabajo e ilusión todo se consigue.
Sin embargo, y como digo, este mensaje carece de profundidad dado que, pese a que es clara la intención de no centrarse en un único problema, sino de aunarlos todos en su resultado final, el fin del mundo, es el que le hace perder fuerza. Esta moda de no decir los porqués, los cómos sino, simplemente las consecuencias, no termina de gustarme, ya que le quita garra a la trama. Al menos, tal y como está llevada.
Dejando de lado la simpleza absoluta en el argumento del final de la película, hay que decir que el resto de aspectos ni brillan ni dejan de brillar. Digamos que los efectos especiales cumplen su cometido en los momentos en los que tienen que cumplir, como las escenas de lucha o las idas de olla/conspiraciones científicas/se me ocurrió sobre la marcha y tenía que meterlo y que la banda sonora es en todo momento correcta, pero nada más allá.
Mención especial se merece la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, donde se rueda parte de la película, sobre todo la que hace referencia a la parte de Tomorrowland, y que consigue darle un toque bastante curioso a la estancia de los protagonistas en la tierra del mañana.