La tercera temporada de Narcos llega para sorprender, con todo lo que hizo buena a la primera. Pero sin su personaje más potente: Escobar.
En el tiempo que ha pasado desde que vi las dos primeras hasta que se ha estrenado la tercera temporada de Narcos, mi perspectiva ha cambiado mucho. No porque la serie haya cambiado o porque mis gustos ahora se muevan por otro tipo de productos audiovisuales.
Tiene que ver conmigo. A lo largo de 2016 estuve viviendo en Buenos Aires. Y allí no solo conocí sino que pasé bastante tiempo con mucha gente de Colombia. O, al menos, más de los que podría haber conocido aquí dentro de mi espacio social habitual de confort.
Una crítica más amplia de lo que parece
Siempre que charlábamos, desde el desconocimiento mutuo, claro, la conversación acaba girando en torno a la comparación. Entre Argentina, que es donde estábamos, y nuestros respectivos países. Lo primero que escuchaba de todos ellos sobre Colombia siempre tendía a ser lo mismo. Es un país precioso. Siempre. Sin excepción.
Al poco tiempo, cuando la conversación se volvía sobre la peor cara de cada país, también pasaba que siempre obtenía las mismas respuestas. Daba igual que hablara con alguien de Bogotá, de Cali, de Barranquilla, de Armenia o de Medellín. La inseguridad, el problema de la droga y la violencia del narco, la corrupción política y policial, las injerencias de Estados Unidos y la larga guerra civil con las guerrillas eran problemas que siempre salían en la conversación.No eran conversaciones abstractas, sino experiencias de primera mano. Conocí a alguien que había probado la cocaína a los 14 años, otra persona me contó como unos ladrones, en moto, le dispararon tres tiros en el pecho a bocajarro a su cuñada. Una más, al vivir en una comunidad algo aislada, recibió entrenamiento paramilitar en la jungla para saber defenderse de las guerrillas en caso de necesidad. Y otra me contó que agilizar cualquier trámite con la administración previo pago no era algo fuera de lo común.
Todo ello son experiencias personales y no sirven para hacer un análisis de Colombia como país, pero si que sirve para pintar unos esbozos de la cara B del país.
Detrás de Narcos
Esos temas ya estaban en las dos primeras temporadas de Narcos. Pero verlos ahora, tras conocer de primera mano todo eso, hace que mi perspectiva sea totalmente diferente. Como quien se queda mirando el dedo, mi opinión sobre las temporadas de Pablo Escobar es que tenían una calidad enorme en lo visual pero que chocaba con ese fuerte acento forzado de Wagner Moura. Ahora, ni el acento seseante en una de las peores tomas de Miguel Ángel Silvestre hace que aparte de la mirada de la fuerte crítica múltiple que se esconde debajo de la narrativa de Narcos. Ahora, me quedo mirando la Luna.
Percibir todo ese subtexto, que antes se me escaba por la diferencia cultural, no quita, no obstante, que no me siga maravillando la capacidad que tienen sus creadores para hilvanar una historia de diez horas de duración de una forma tan meticulosa.Ningún capitulo cojea por una regla muy simple. La serie en realidad es un película que está dividida en diez actos. Cada uno de ellos tiene un leit motiv claramente identificable. Esa efectividad en la trama logra que el espectador esté situado en todo momento y sea capaz de identificar todo lo que ha pasado, sin perderse.
Igual, pero con diferencias
La tercera temporada de Narcos presenta dos grandes diferencias formales con respecto a las anteriores. En primer lugar es que cambia el punto de vista. Aunque antes los agentes de la DEA acaparaban minutos en pantalla, el primer y único protagonista era Pablo Escobar. La acción avanzaba siempre en consecuencia a lo que él hacía, decidía o provocaba.
Sin embargo, ahora eso ha cambiado y el protagonista es el agente Peña. Es algo que se nota desde el primer momento, puesto que pasa de ser puramente reactivo a ser el desencadenante de la mayoría de los giros argumentales que suceden, de una forma u otra.
La segunda diferencia es narrativa. A nivel de estructura, la tercera temporada de Narcos sigue todo lo visto hasta ahora. Auge, caída, recuperación y caída total (no os pongáis a llorar con que si spoilers, que el cártel de Cali se desarticuló hace años).Pero en esta temporada la trama está muchísimo más contenida. Es algo de lo que peca la primera parte pero que, sin embargo, se acaba agradeciendo hacia el final. Sin entrar a destripar este no puedo analizar otros aspectos, pero estoy seguro de que cuando acabéis de verla comprobaréis los paralelismos y como su estructura rima con lo ya visto.
En el fondo, los cambios no son solo por que los pida el guión, sino también pensando en el espectador. Otros diez episodios de asesinos sanguinarios quizá hubiera convertido la crítica en parodia cutre. El cambio de perspectiva era necesario y ha contribuido a que, con unos personajes menos carismáticos y sin frases grandilocuentes (¿Plata o plomo?), Netflix se haya anotado otro tanto en su larga lista de pelotazos.