Justo cuando uno empieza a tener ilusiones con Shadowhunters, llega el nuevo capítulo de la semana y nos planta más cosas inventadas, más idas de olla y, sobre todo, una ración de cutrez que supera con creces lo que habíamos visto.
Está claro que las escenas de lucha deberían desaparecer de escena cuanto antes mejor, porque las dos o tres que hay en el capítulo de hoy dejan muchísimo que desear, por no decir del tema argumento que queda muy pero que muy tocado con todo lo que se intenta contar hoy.
Vamos por partes, porque hay bilis para todos. En este capítulo se introduce una nueva trama absurda en la que un demonio posee a gente y se dedica a matarlos arrancándoles el pecho. Muy bien, hasta aquí podría pintar interesante. Sin embargo la cosa se tuerce cuando las cosas se empiezan a suceder sin pies ni cabeza.
Para empezar, el bicho llega al instituto como si nada, oculto en un cuerpo muerto y esto se justifica con un «los experimentos de Valentine», como si de Xena y su «fue cosa de un mago» se tratase. Pero lo más cutre llega cuando todos y cada uno de los protagonistas caen presa de él y, siento el spoiler pero si no lo digo reviento, la absurda, sin fundamento, ridícula, increíblemente innecesaria y más que forzada forma con la que Clary se lo carga.
Es decir, curiosamente el bicho, que es humo, explota cuando ella lo «atraviesa» con su espada después de quedarse quieto durante media hora esperando a que le den en vez de huir y poseer otro cuerpo tal y como ha hecho todo el capítulo. Bien, genial.
La historia de Jace tampoco mejora demasiado ya que a sus sobreactuaciones en la Ciudad de Hueso se le suma la inesperada llegada de Valentine para salvarle y la inutilidad de sus soldados de matar a, curiosamente, el peor enemigo de Jace que resulta que ahora se va a hacer su amiguito.
Pero más allá de lo pésimo de la escena de lucha (en la que se ve claramente cómo se esperan los unos a los otros para meterse de leches), la situación también es absurda. Es decir, Valentine quiere a Jace y ordena que se lo lleven con él, pero mientras ve que su hijo se carga a su pandilla de inútiles neo shadowhunters, él vuelve a no hacer nada. Se queda quiero, mira al infinito, piensa en las nubes y se va con la espada.
Sí, puede que sea parte de su plan desde un principio, pero aún así es cutre. Muy cutre. Y para más ridícula la escena final donde se reúnen todos los personajes en un momento trauma donde parece que quieren mostrarnos cómo de dividido está el grupo. Pero lo que consiguen es que nos miremos los unos a los otros con cara de tontos pensando «¿por qué y hasta cuándo?».
Por suerte, y por enésima vez, el único que se salva un poco es Magnus y su trama y su trasfondo, aunque tampoco es que sea la repanocha. De hecho, el hecho de mostrarlo tan sensible le quita un poco de encanto.
En definitiva, un capítulo malo. Pero malo, malo, malo. De esos de los que te hacen plantearte si seguir viendo la serie es más una tortura o un pasatiempo (inútil…). Que esto siga en Netflix y que hayan cancelado Marco Polo….
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