La eterna rivalidad entre PC y consolas se encuentra probablemente en su momento de máximo desequilibrio. La brecha entre ambas plataformas ha ido creciendo peligrosamente durante la pasada generación, y ha bastado tan solo un año de vida de las nuevas consolas next-gen para comprobar claramente que esta diferencia, lejos de reducirse, se ha convertido en un abismo insalvable.
Los más veteranos del lugar recordarán que el PC no siempre tuvo la hegemonía. Durante muchos años consolas y ordenadores anduvieron bastante parejos. Incluso en sus primeras generaciones, fueron las consolas las que marcaron el ritmo, no suponiendo el PC (ojo, que digo PC no Amiga o Atari ST) una verdadera compencia como «máquina para jugar» hasta la aparición de las primeras tarjetas gráficas 2D/3D a mediados de los 90.
Pero hay que asumir que aquella época terminó. No volveremos a ver una consola de nueva hornada dejando en evidencia a equipos varias veces más caros. No obstante, aún a sabiendas de que los “días de gloria” no volverán y a pesar de que mi primer contacto con la actual next-gen no ha sido lo que se dice idílico, me confieso firmemente consolero.
En ningún caso mi intención es crear polémica con un artículo incendiario, tendencioso y propio de “fanboys”. Soy totalmente objetivo y plenamente consciente de la tremenda diferencia técnica existente entre consolas de nueva generación y un PC de gama alta. Pero la potencia no lo es todo. Más allá de los datos empíricos y tangibles de las tablas y videos comparativos está aquello que uno siente y con lo que ha crecido, es decir, la esencia que todo culpable encierra en su corazón gamer. Y ahí amigos… ahí los teraflops, los 60 fps, la resolución fullHD y tantas otras cuestiones técnicas se convierten en insignificantes.
Quizá alguno piense que estoy intentando adornar con palabras bonitas lo que no es más que conformismo ante la imposibilidad económica de adquirir un PC de altas prestaciones. Nada más lejos de la realidad. De hecho, mi ordenador era bastante puntero en el momento de su compra y, aún así, solo lo he utilizado para jugar emuladores y algún que otro juego indie. El tema es mucho más profundo. No se trata de ser consolero por obligación, sino que me declaro consolero por convicción.
Haciendo un símil deportivo, es como cuando eres aficionado a un equipo de la parte baja de la tabla. Ya sea porque es el equipo de tu tierra o por el motivo que sea, sientes sus colores y los vives como algo propio. ¿Qué más da que tu equipo no gane nunca un título o que tenga uno de los presupuestos más bajos? El caso es que lo llevas dentro y no cambiarías tu lealtad por todos los galácticos del mundo.
Es más que una simple cuestión de elección. Ser consolero es una filosofía y una forma de entender los videojuegos.
Eso sí, hay que reconocer que en los últimos tiempos las fronteras entre ambos mundos se han desdibujado mucho. Ahora las consolas también tienen instalaciones, parches, y otras “molestias” tradicionalmente asociadas al mundo de los compatibles, con lo que el concepto de inmediatez (encender y jugar) que siempre había caracterizado a las consolas hasta hace un par de generaciones se ha perdido en parte.
Y no solo la inmediatez, sino que la fiebre de la “socialización” y las revelaciones de algún que otro visionario amenazan seriamente con acabar igualmente con la idea tradicional de “máquinas exclusivamente para jugar”.
Incluso la barrera de los géneros ha caído. Se acabó aquello de juegos típicamente de ordenador (estrategia, dungeon crawler, MMO, FPS…) frente a géneros netamente consoleros (plataformas, lucha, hack’n slash…)
Sin embargo, aunque los tiempos cambien, hay algo que permanece inalterable y que es precisamente lo que más me ha atraído siempre de las consolas, aunque, paradójicamente, sea a la vez su mayor desventaja frente al PC: el concepto de “sistema cerrado”.
Volviendo al campo deportivo, los PC´s se asemejarían a la Fórmula 1, donde las escuderías compiten por desarrollar el coche más potente técnicamente sin escatimar en recursos. De manera que, aunque la habilidad del piloto tiene su importancia, la diferencia mecánica entre los coches es la que suele determinar el resultado final de la carrera.
Con las consolas es distinto. Es verdad que las diferencias de presupuesto también pueden influir en gran medida en la calidad del videojuego, pero, en líneas generales, se podría decir que todos los pilotos compiten con el mismo coche. Lo que prima aquí no es la potencia bruta, sino el talento del programador y su capacidad para exprimir hasta el límite los recursos de un hardware limitado.
En mi opinión, lo que hace verdaderamente grandes a las consolas a pesar de su inferioridad frente al PC es esa capacidad que tienen de superarse y de sorprender, de ir más allá de su propio límite y de demostrarte juego a juego, año a año, que siempre se puede ir un paso más.
Es indiscutible el mérito de los hitos conseguidos gracias a la constante evolución de procesadores y tarjetas gráficas para ordenador; y es obvio que el mundo del PC siempre llevará la iniciativa de los avances tecnológicos. Sin embargo, aunque puedan parecer logros mucho más modestos, en mi memoria gamer siempre tendrá muchísimo más valor lo que consiguieron en su día juegos como Donkey Kong Country y Street Fighter Alpha 2 en Super Nintendo, Vagrant Story en PSX o God of War II el Playstation 2; juegos que pulverizaron las barreras de las máquinas en las que corrían y que nos hicieron sentir que, al menos en este mundillo, sí que pueden existir los milagros.
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