Dragon Ball Evolution significó, para mí, lo que reza su subtítulo, una evolución. Era un imbécil muy pasional y me tragaba cualquier cosa que echaran por la tele sin pensar qué narices estaba viendo. La verdad es que tampoco me importaba. Solo quería ver algo que me gustase lo más mínimo y que me llamase la atención, lo entendiera o no. Daba igual si era BoboBo, Neon Genesis Evangelion o Shin Chan. Y aquella película no fue una excepción.
Sin embargo, el live action de anime dejó de tener sentido para mí con la adaptación de la historia de Goku. Fue el principio del fin y la primera vez que pensé “esto es basura”.
El tiempo ha puesto cada cosa en su lugar y ahora veo las cosas de otra manera. Ahora BoboBo es una deconstrucción del humor llevado a su máximo absurdo y una crítica hacia un género entero. Evangelion es una obra tremendamente reflexiva, (depresiva), profunda y que explora el significado de la ficción y el anime. Y Shin Chan es un esbozo de la sociedad media japonesa vista desde un prisma que por gamberro no deja de ser inocente. Con sus más y sus menos, sus aspiraciones, métodos, ideas y calidad, todas sirven a algo.
Dragon Ball Evolution sigue siendo basura. Lo vea como lo vea y lo analice como lo analice. Soy incapaz de verle un punto positivo más allá de su corta duración. No sirve como adaptación porque se pasa la historia original por el forro. Tampoco como reimaginación porque como producto es pésimo. Esa película fue un punto de ruptura. Un antes y un después para mí.
Y todo porque soy fan de Dragon Ball. O más bien lo era: llegó un momento en el que me paré a pensar en su estructura y su guion y las cosas empezaron a cambiar en mi cabeza, pero eso es otro tema. El caso es que esperaba “algo” de esa película. Lo mínimo, es cierto, igual que con todo el resto de basura que me tragaba sin pestañear. Pero “algo”, al fin y al cabo. Y no me lo dio. Esperaba ver retazos de Dragon Ball. Un kamehameha en imagen real y un Goku humano repartiendo tortas con brillos de colorines alrededor. Pero no hubo nada.
La gran mayoría de los anime tiene miles de fallos. Eso es algo que cualquier amante del medio no puede negar. Pero, sin embargo, el anime tiene una habilidad especial. Puede divagar sobre reflexiones, temas e historias de cualquier forma y método. Es un medio que se sabe informal y que lo aprovecha hasta el extremo. Con sus miles de tropos, que los tiene. Sus miles de series clónicas, que las hay. Y con sus miles de premisas idénticas y faltas de originalidad, que abundan.
Con todo, el anime tiene ese “algo” que no me ha dado nunca un live action. Una forma desenfadada de contar cualquier cosa que queramos y aceptemos mirar. Por ejemplo (porque reviento si no lo nombro) One Piece tiene relleno por un tubo, es ridículo por momentos y con alguna que otra incongruencia en su historia. Por no nombrar la sexualización, los manidos temas, la decadencia en la calidad de la animación, los personajes estereotípicos de anime…
Pero el “¡Quiero vivir!” de Robin a todos sus nakamas nos llegó al corazón. El momento en el que Zorro se sacrifica por Luffy y se levanta ensangrentado ante Sanji al grito condescendiente de “¡Aquí no ha pasado nada!” rezuma heroísmo. Y todos nos movimos al son (mudo) de ese puñetazo de Luffy a aquel Tenryuubito. O será que sigo siendo un imbécil excesivamente pasional.
Y podría seguir con una larga lista de momentos. La épica escena de Kira comiendo patatas mientras mata a líneas de bolígrafo, el aterrador frenesí del EVA 01 o el emotivo kamehameha entre Goku y Gohan para derrotar a Célula. Eso por no explorar recovecos más profundos como la dantesca matanza de Masamitsu en Midori: la niña de las camelias. Sea como fuere, la animación tiene “algo” que el cine no puede lograr. Y al contrario también, claro está.
Evidentemente, y faltaría más, no pongo a la animación japonesa por encima del séptimo arte. Son modos de expresión y de comunicación distintos. Sus formas, métodos y medios comparten muchas similitudes, pero difieren en varios puntos. Por otro lado está, además, la importancia del prisma social y la divergencia de dos grandes culturas, la occidental y la oriental.
En la próxima pondremos a parir a Dragon Ball Evolution (aún más)
Son, creo yo, aquellos animes más «occidentales» los que más facilidades tienen para ser adaptados. Precisamente porque el cambio de lenguaje no es tan brusco. Pero, curiosamente, los más destacables suelen ser más tradicionales. Quizá porque son más puros en esa llamada al espíritu clásico japonés (y porque son también japoneses). Rurouni Kenshin, Ichi the Killer o Gantz son algunos ejemplos de nombres que se pasean por mi cabeza. De Dragon Ball o de Shingeki no Kyojin, a priori más queridos por el público occidental, prefiero no hablar.
Aunque, y sin querer ser abogado del diablo, tengo cierta esperanza en esa Death Note de Netflix, por mucho que se vea venir que va a acabar mal. No he visto aún Ghost in the Shell, pero los tráileres mostrados no me desagradan. Tampoco he disfrutado de Full Metal Alchemist, pero gran parte de su comunidad está expectante por su adaptación.
No obstante, sigo siendo incapaz de “querer” un live action. Puedo sentir curiosidad, aunque sea para reírme de un pobre resultado, pero no sale de mí el pensar “ojalá ver esto en imagen real”. Y un escalofrío me recorre todo el cuerpo cuando pienso en una versión en la vida real de La Tumba de las Luciérnagas, Mi vecino Totoro o Cinco centímetros por segundo.
Las películas anime son el mayor ejemplo de todo lo que quiero decir. Cualquier cinta de Makoto Shinkai en un live action perdería el núcleo de su forma de comunicación y por ende una parte importante del estilo del autor. Y que me parta un rayo si la animación de Ghibli no es la más genuina y única del mundo (lo siento, fans de Pixar). ¿Por qué no el cine se centra en contar buenas y nuevas historias por su lado y el anime trata de salir de ese tugurio de mala muerte en el que se encuentra por el suyo?
Quiero que Evangelion me vuelva a hacer pensar hasta que me explote la cabeza. Que One siga haciendo su deconstrucción de géneros y de arquetipos de la animación sin dejar de sacarme lágrimas de risa. También quiero seguir emocionándome como un renacuajo con One Piece. Y también quiero ese espacio para series más llevaderas y que cumplan el cupo de “entretenimiento puro”, aquello que podría tragarme sin comerme mucho el coco.
Y, paradojas de la vida, ese mismo deseo de querer seguir manteniendo la inocencia es lo que no me permite querer un live action de anime. Me gusta demasiado este medio como para que se sigan quebrantando sus puntos principales y sus líneas de reflexión. Quiero que se salga de ese pozo estancado de ideas y quiero que me cuenten algo nuevo, pero en un anime. Como ya lo habían hecho antes.
Ahora no puedo evitar pensar en una conversación que tuvo Hayao Miyazaki con unos programadores hace algún tiempo. Habían ideado una inteligencia artificial que animaba movimientos de zombis. Miyazaki se sintió muy molesto y dijo que eso “no refleja el dolor”. Que, dicho en otras palabras, carece de “alma” que un autor plasma en su obra.
Y ese punto es precisamente en el que creo que cojean los live action de anime: buscan transmitir lo mismo que las historias originales fuera del medio, y eso hace que la esencia se desmaterialice. Y si se adapta al lenguaje del cine puede ser estupendo, pero ese no es, normalmente, el objetivo.
(El vídeo, de la mano de este canal de YouTube, no tiene desperdicio)
Paradojas de la vida, decía. De pequeño veía y reía a carcajadas con BoboBo o Shin Chan e incluso llegué a pensar lo gracioso que podría ser aquello con actores. Pero hoy, solo con imaginarlo, se me estremece el cuerpo. Seguiré siendo un imbécil muy pasional. Pero esas mismas historias, recicladas y despojadas del alma de la animación en el mundo real no son para mí. Ojalá que sean buenas y maravillosas adaptaciones y que todos los fans la disfruten, de corazón.
Pero yo, como seguro que otros tantos, no puedo. Quizá porque aún no ha llegado la adecuada que me haga cambiar de opinión. Quizá porque soy un fanático acomplejado del anime. O quizá porque, aún con esa inocencia que el anime me acerca, ya he dejado de ser un crío que ve cualquier cosa condescendientemente.
O porque Dragon Ball Evolution es una basura y realmente mala. Eso también puede ser.
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