Rebajas de Steam, Humble Bundle, los juegos del Plus, Games with Gold, demos, betas abiertas, sorteos, regalos… Pero el tiempo no se compra en ningún sitio y no damos abasto.
Demasiados juegos. Demasiada información acerca de ellos para entender y retener. Demasiada facilidad para aumentar la lista de pendientes. Y poco tiempo. Muy poco tiempo para disfrutar de esta afición. O, mejor dicho, menos del que creemos necesario para poder hacerlo en condiciones. Si te gusta la música, en diez minutos puedes escuchar dos o tres canciones o incluso, en menos de una hora, la mayoría de discos. Ya si te sobran un par de horas, tienes centenares de películas para ver con tranquilidad. Pero, ¿y los videojuegos? Pues, por hacer una comparación, odiosa como siempre, pero creo que bastante acertada, son como los libros. Raramente los acabarás del tirón, lo normal es que necesites varias sesiones y un buen número de horas.
Siempre hay alguna excepción que merece la pena destacar, pero pocos juegos duran menos de tres horas y dan una experiencia de juego “completa”. Lo normal en títulos cortos son cinco o seis horas, mientras que la duración más habitual está entre las diez y las veinte horas. Si hablamos de sandbox, juegos de estrategia, de deportes o con multijugador online, el número de horas a invertir puede ser escandalosamente superior. Siempre habrá el que se pegue maratones de treinta horas en un fin de semana, pero estaremos de acuerdo en que no son productos de consumo rápido. Por eso los comparo con los libros, aunque hay dos diferencias enormes entre ambos medios: el tiempo de preparación y la movilidad.
Un libro, siempre y cuando hayas marcado la última página leída, es de arranque y disfrute inmediato. En cambio, un juego, en menor o mayor medida, siempre necesita cargarse. No voy a sacar a flote las benditas actualizaciones que arruinan más de un «tengo un rato, me hago un par de misiones/niveles/partidos», pero también están ahí, acechando. Sabemos que depende de la plataforma y, sobre todo, del título en cuestión, pero si tienes veinte minutos de ocio, difícilmente te dará tiempo a echar una partida. Al menos en los sistemas de sobremesa (pocas veces he visto una consola o un PC encima de una mesa, pero eso es otro debate). Lo que nos lleva al otro problema de nuestra afición y que es, y ha sido, fruto de incontables peleas y discusiones caseras. O tienes un sitio específico para jugar o no siempre vas a tener la tele/ordenador disponible.
Es cierto que estas desventajas se vieron compensadas con la aparición de las consolas portátiles. Y más hoy en día, con los smartphones. De hecho, y no es por haceros sentir viejos, ya hace casi treinta años que la Game Boy está entre nosotros y bastantes más si hablamos de los Game & Watch y otros jueguecitos portátiles. Normalmente, por el tipo de juego mayoritario en estas plataformas, vamos a poder jugar dónde queramos y en ratos breves, viajes en metro o autobús, esperas en la estación, entre clases, en el descanso para comer, etcétera. No con todos va a ser así, pero las posibilidades aumentan mucho con las consolas portátiles.
Y sí, la inclusión de los móviles en el saco es intencionada. Aunque lo veamos como algo totalmente ajeno a los true gamers, tiene el mismo valor lúdico jugar a Pokémon Go que a Pokémon Sol y es igual de adictivo el Candy Crush que el Tetris que venía de serie con la Game Boy. Lo que quiero explicar con toda esta circunvalación que he dado alrededor de la idea inicial es que, todo ese rato que pasamos andando cazando pokémon o recogiendo recursos en el Clash of Clans, también son horas de juego. El problema es que quedan diluidas entre otras actividades y no nos damos cuenta. Así que pido disculpas y vuelvo al principio del texto.
Demasiados juegos para vivirlos todos a fondo
Demasiados juegos. Y poco tiempo. O, mejor dicho, todo el tiempo que le dedicamos a los videojuegos repartido entre demasiadas partidas. Si todos esos ratos que pasamos jugando a diferentes cosas los gastáramos en uno solo, veríamos como nuestro porcentaje de juego terminados subiría bastante. Pero el beneficio real no es poder acabar juegos como el que devora una bolsa de ganchitos, sino hacerlo sin prisas y sin interferencias, disfrutando y asimilando todo lo que cada título nos ofrece. Os puedo asegurar que, tras haberlo probado durante unos meses, es mucho más divertido. O al menos es mucho más fácil divertirse y “meterse” en el juego.
Puede parecer exagerado, pero en 2015 casi coincidió el lanzamiento de The Witcher 3 con el de Batman: Arkham Knight y estuve jugando a los dos a la vez. Después de varias decenas de horas a cada uno, os puedo asegurar que ya no tenía claro si al apretar cierta tecla estaba llamando a Sardinilla o al Batmovil. No es que no sean juegos muy diferentes, porque lo son tanto visualmente como en la mayoría de sus mecánicas, pero esa función compartida le juega una mala pasada a la conexión ojo-cerebro-mano. Porque los videojuegos dependen de nuestra habilidad y reflejos, pero la mayor parte del rato que pasamos jugando lo hacemos gracias a la memoria motora, esa que nos permite andar sin tener que pensar que pierna toca mover. Por este motivo, si nos dedicamos a un solo juego, nuestra habilidad, nuestra eficiencia y nuestra eficacia sube muchos enteros y nos permite, como he dicho antes, una inmersión mayor.
Claro que hay algunos que son menos exigentes, pero los juegos de rol, de estrategia, de acción o de deportes permiten cada vez más variedad de acciones. Eso implica, sí o sí, más teclas o combinaciones de teclas para memorizar. Dice la sabiduría popular que el que mucho abarca, poco aprieta, o lo que viene a ser lo mismo, si te aprendes de memoria como ejecutar todas las acciones del Call of Duty y todas las filigranas del FIFA, ponerte a aprender los controles del League of Legends puede terminar en embolia. O que pierdas práctica en los otros dos. Si no perdemos de vista que esto lo hacemos como afición o pasatiempo, sale mucho más a cuenta vivir al día y centrarse en un solo juego. Que parece que si pasan los días vayan a dejar de tener vigencia o algo por el estilo.
Durante un mes, todo mi tiempo de juego en el PC se lo dediqué a un solo título, hasta terminarlo por completo y conseguir todos sus logros. Además de ser un juego al que le tenía ganas desde hace tiempo y que cumplió totalmente con mis expectativas, hacía tiempo que no disfrutaba tanto jugando. No lo hice con prisa, ni por obligación, ni siquiera me paré a valorar mucho su apartado técnico, sólo sé que disfruté como un enano de cada minuto de juego. También le vi algún fallo y algunas cosas mejorables, pero en general me gustó dedicarme al cien por cien a una sola historia. Sin interrupciones. Lo he seguido haciendo con otros juegos y el único momento en el que he dejado de pasármelo bien ha sido cuando estaba ansioso por terminar para empezar el siguiente.
Pero a lo mejor el problema no es solo que haya demasiados juegos
¿Puede que todo esto sólo sea por mi culpa, por ansioso e impaciente? Puede ser. Pero también tiene mucho que ver con mi biblioteca de juegos. Cuando sólo tenía mi Super Nintendo y un par de juegos, era verano y sabía que hasta Navidad no iba a llegar nada más, pues tocaba exprimirlos hasta el máximo. Lo mismo pasó antes con la Master System y después con el PC, cuando durante meses sólo pude jugar al Doom y a las demos que ofrecían las revistas. Puede que por eso a veces pensemos que con los juegos de antes nos lo pasábamos mejor o nos duraban más sin cansarnos. Pero igual que pasa con la música o el cine, la saturación de contenidos y la facilidad para que cualquier obra llegue a mucha gente va en contra de los propios usuarios y de los creadores.
Es difícil no rendirse a la tentación de probarlo todo y poder opinar sobre cualquier cosa en sus primeras horas de “vida”, pero creo que le hacemos un flaco favor al sector (y a nosotros mismos) al ir de flor en flor sin profundizar en ningún juego en concreto. Descubrir todo lo bueno que un estudio ha puesto en su obra no es cuestión de diez minutos, puede que ni con un fin de semana de prueba tengas suficiente para saber si el juego es para ti o no. Imagina que el día que llegaste a casa con la Super Nintendo y empezaste a jugar a Super Mario World lo hubieras juzgado por sus dos primeras pantallas. O por los gráficos del mapa. Hubieras tirado la consola por la ventana como mínimo. Pero no. Nos quedamos todos alucinando con la super definición de la cara de Mario, con los nuevos poderes, con los «¡mira, Yoshi, qué pasada!», etc. No es que los juegos de antes fueran mejores, nosotros éramos mejores. O al menos estábamos mucho más dispuestos a disfrutar de algo y no ansiosos por ser los primeros en encontrar un fallo.
Y a lo mejor deberíamos empezar por cambiar nuestra actitud. Más que nada porque los que llevan el dinero y las cuentas en esto, que no suelen ser los desarrolladores, sino gente que mira por el negocio, van a solucionar este tipo de cosas de manera drástica. De hecho seguro que ya te suena algún caso parecido. Viendo que lo que más nos preocupa son los primeros minutos del juego, lo más fácil es brindarnos una primera hora espectacular, llena de cinemáticas, un planteamiento espectacular y un tutorial para que enseguida estemos preparados para la acción. ¿Y después? Escenarios vacíos, misiones repetitivas, finales hecho con prisa, o peor, juegos inacabados. Pero el gameplay que nos enseñó el youtuber de turno era impresionante. ¿O acaso os pensáis que eso de filtrar los primeros minutos de los juegos es cosa de que las compañías son muy descuidadas? Ellos están para vender juegos y siempre encontrarán la mejor manera de hacerlo, sean buenos o no.
¿Cuántas veces has salido del cine y te has dado cuenta que todo lo llamativo ya lo habías visto en el trailer? Pues los videojuegos, a pesar de ser productos duraderos como los libros, nos los están vendiendo con cuatro imágenes, un par de explosiones y una par de líneas de guión con gancho. Y después nos quejamos que si historias sin alma, personajes planos y repetición de estructuras. Exactamente lo mismo que llevan haciendo en Hollywood desde los años 90. Siempre hay excepciones, pero para descubrirlas hay que escarbar bastante. Y darles una oportunidad. No pasa nada por disfrutar algo semanas, meses o años después de su creación. Si mañana escuchas el primer disco de Pink Floyd y te gusta, ¿qué problema hay? Siguen siendo las mismas canciones. Y si hoy decides empezar el primer Assassin’s Creed y te lo pasas como un enano subiendo atalayas y asesinando templarios (sí, puede pasar), no pienses que llegas diez años tarde. Piensa que tienes ocho juegos más con los que disfrutar de historias y mecánicas similares.
Así que una vez más, vuelvo al principio del texto, pero esta vez voy a formular mi idea correctamente. Queremos jugar a demasiados juegos a la vez sólo para poder participar en todas las discusiones, sepamos o no de lo que estamos hablando. Puede que toda la vida sólo te hayas dedicado a jugar a juegos de plataformas, pero si la corriente dice que tal shooter no es lo que prometía, ahí vienes tú, ondeando la bandera del FPS auténtico. Y, mientras dedicas tu tiempo y tus esfuerzos a criticar algo que ni te va ni te viene, se te escapan muchos otros juegos que sí te gustarían. Yo, personalmente, he decidido dejar de comprar juegos y disfrutar de los que ya tengo, que son muchos y muy buenos. Creo que es mejor empezar a coleccionar las experiencias que nos pueden ofrecer cada uno de ellos en vez de seguir acumulando cajas por abrir (en mi caso, líneas en mi cuenta de Steam). Ya tendré tiempo de hacerme con los que saldrán estos días y, seguramente, a un precio más razonable.