Esta semana vamos a darle caña a un juego de mesa de gestión de recursos , es decir, de darle al coco para colocar nuestras cosas, llamado Ora et Labora, o lo que en latín viene a decir «habla con el de arriba pero no dejes de amasar el pan mientras lo haces… inútil».
El juego tiene una duración en turnos cerrada y cuando lleguemos a ese momento deberemos de haber conseguido hacer tantas acciones o construir tantos elementos como sea necesario para tener más puntos que nadie pero cuidado porque las cosas que construyamos las podrán usar otros jugadores para su propio beneficio.
Empezaremos cada uno con un terreno representado con un trozo de cartón con arbolitos, pantanos y, cómo no, una abadía básica. Estos serán nuestros terrenos iniciales y los que podremos explotar para extraer recursos. Para ello solo tendremos que poner a uno de nuestros tres trabajadores en la casilla correspondiente y, ale, a sacarle provecho.
Los turnos de Ora et Labora son conjuntos, es decir, cada turno jugarán todos y cada uno de los jugadores pero el que sea el inicial (el que lleve el turno) dispondrá de dos, uno al principio y otro al final. Cuando se hayan hecho todos los movimientos, el jugador inicial cambiará y de vuelta a empezar un nuevo turno.
Pero ¿qué podremos hacer nosotros cuando nos toque? Pues podremos ampliar nuestros terrenos, comprando una zona de costa, una de montaña u otro terreno así mono con arbolitos y pantanos… vamos, especulación pura. A lo mejor pensáis que al principio, como aún no hemos construido nada, no nos hace falta comprar terrenos, pero si os digo que cuestan oro y que cada vez que alguien compre uno el siguiente aumenta de precio, la cosa empieza a ponerse chunga. Y si además hay edificios que solo se pueden colocar en costa o montaña….
También podremos construir un edificio en nuestros dominios clericales. Sobre la mesa habrá una serie de cartas bocarriba que representan esos terrenos pero solo habrá uno de cada tipo (como mucho dos). El primero que lo compre y lo construya se lo queda y lo podrá explotar. Ojo con las restricciones. Los hay que necesitan un terreno concreto y los hay especiales que tienen que estar contiguos a la abadía por narices. ¡Ah! Y cada ciertos turnos aparecerán nuevos edificios disponibles.
Estos edificios son, por ejemplo, un horno de pan para convertir el trigo y la harina en pan, una cantera, para conseguir piedra, o un puerto del que sacar vino, oro y más materias primas. Hay muchos tipos de materias primas, pero ya hablaremos de ella un poco más adelante.
Lo último que podremos hacer en nuestro turno es sacarle provecho a uno de nuestros terrenos… o los de otro, pero solo una vez por turno. Tendremos a nuestras órdenes dos monigotes pequeños, que serán los monjes, y un monigote grande, que es el monje mandón. Los primeros los podremos colocar en la casilla que queramos siempre y cuando no la acabemos de construir. Cuando lo hagamos obtendremos los beneficios del edificio que pongamos a trabajar. Una vez hecho esto, nuestro monje queda completamente inutilizado hasta que lo «recuperemos».
El monje líder tiene la capacidad de poder explotar un edificio que hayamos construido en este mismo turno así que puede ser muy útil reservarlo para determinados momentos. Igualmente, una vez puesto no podrá hacer otra cosa hasta que no lo utilicemos.
Pero amigo, lo divertido de este juego es usar lo que otros han construido en tu beneficio. Por ejemplo, tú tienes un viñedo que te da uvas pero no tienes la bodega, que lo convierte en vino. Pues no te preocupes porque el dinero (y el alcohol) todo lo pueden. Si le pago al dueño del terreno que quiero usar una moneda de oro (o dos, depende del momento del juego en el que estemos) podré usar a uno de sus monjes para explotar un edificio y quedarme con los beneficios que dé.
Además, de paso, le dejo inservible uno de sus peones que puede que fuese a necesitar en su siguiente turno (ideas malignas surcando cabezas… lo sé). Para hacer más llevadero esta pérdida de monjes será el jugador que lo pierde el que elije cuál usar pero si solo le queda el especial deberá usarlo.
Pero es que eso no es todo. Como es bien sabido que los monjes son un poco borrachuzos, si tenemos vino podremos pagarle al jugador con este recurso en vez de con oro… pero lo más jodido es que en este caso el pago se lo bebe, por lo que no se lo queda. Puestos a joder, podemos hacerlo doblemente.
La cantidad de material que consigamos varía según el tipo. Habrá cartas que nos darán recursos a cambio de materias primas y serán siempre los mismos (por ejemplo, una carta de uvas por una de vinos) pero los de una tarea de recolección no son fijos sino que dependerá de una ruleta que se irá moviendo continuamente cada vez que acabe un turno completo.
Esta ruleta se divide en diferentes gajos con cantidades anotadas en ella. Los recursos se colocan todos en el mismo al principio (el de «0») y cada turno se mueve la ruleta haciendo que aumente ese valor para cada recursos. Dependiendo de dónde esté el material obtendremos esa cantidad de materiales (si recogemos leña y ésta está en el 2 pues obtendremos dos recursos de madera) pero una vez se recolecte, el contador volverá a «0» para ese recurso en concreto por lo que solo se podrá recolectar una vez por turno.
Por último solo hay una forma para recuperar a nuestros monjes: tiene que ser al principio del turno y solo lo podremos hacer si tenemos a los tres trabajando algo. Si solo tenemos dos, nos jodemos, como siempre. Es aquí donde entra mucha estrategia a la hora de ver cuándo utilizar uno o el del contrario, para poder tener disponibles al menos dos cuando nos toque el turno doble, sino hemos perdido uno de ellos.
Los recursos son muchos y los hay de varios tipos. Están los de alimentos (simbolizados por una olla), los de energía (representados por una llama) o los que valen puntos de victoria que so los escuditos amarillos. Cuanto más elaborado el producto más valor tendrá, así la harina tiene menos valor de alimento que el pan. Nos interesa pues tener edificios que transformen materias primas en otras que nos den mucho más beneficio.
Otra cosa a tener en cuenta son los poblados. Cada cierto tiempo (indicado en una ruleta de turnos) podremos construir un poblado que costarán una cantidad de alimento y energía. El objetivo de esta carta es colocarla estrategicamente para conseguir más puntos de victoria al final ya que cada carta de edificio tiene una doble puntuación: la primera es la que conseguimos solo por construirlo y se representa con un escudo amarillo, y la segunda es la que conseguiremos solo si la ponemos cerca de un poblado y la veremos en una figura rara roja.
Esta segunda puntuación puede ser positiva o negativa por eso hay que planificar bien dónde colocar el poblado ya que, además, no nos dará ningún tipo de beneficio en forma de recurso. Habrá que fijarse bien en las cartas y tener hueco libre en nuestro tablero porque sino no podremos construir.
Con todo esto, cuando se llegue al último turno habrá que hacer recuento de puntos. Empezaremos por los puntos que tengamos en recursos (como el vino, el oro y demás). Luego a los edificios, tanto en sus puntos principales como en los extras, y por último los especiales que tengamos. El que tenga más puntos, pues gana.
El juego puede parecer algo complicado al principio, pero nada más lejos de la realidad. En cuanto juegas dos turnos se hace muy sencillo de entender y de practicar, eso sí, hay muchos tipos de recursos y de edificios y al principio te costará diferenciarlos y emplearlos bien, pero no desistas, cada partida es diferente … y larga ya que la hora y media no te la quita nadie, y cuantos más seáis más durará, hasta un máximo de cuatro personas.
Así que recomendado para pasar una buena tarde charlando y mangándole recursos a tus amigos. Divertido, fácil de entender (viene con chuleta) y nada tedioso. Ale, a trabajar y rezar culpables.
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