¿Quién ha dicho burbuja inmobiliaria? Nosotros no desde luego, y menos con el casero, donde tendremos que hacer de administrados de fincas…. o algo parecido, para ser el jugador que más dinero amase al final de la partida. Y ya os adelanto que en este mundillo el juego limpio no es lo que prima.
El juego del que hablamos hoy es un juego de cartas, es decir, transportable y baratito, además de rápido de jugar y entender, pero muy adictivo y entretenido a la vez. El objetivo del juego es, cómo no, tener más dinero que los demás a base de cobrar los alquileres pero como simplemente eso no es divertido los demás jugadores tendrán la oportunidad de hacernos la puñeta de formas bastante curiosas desde luego.
Empezaremos la partida con una serie de cartas en la mano. Todas las cartas tienen anverso y reverso. En una de ellas aparece dibujado un piso cualquiera vacío, por el otro veremos inquilinos, acciones o ampliaciones. Aparte hay unas cartas que son los tejados, que completan el edificio en sí.
Como es lógico, para poder tener inquilinos primero tendremos que construir nuestra casa y esto es tan fácil como coger cartas de nuestra mano y ponerlas por la parte del piso vacío encima de la mesa. Esa carta ya solo podrá ser usada como piso, por lo que lo que ponga en el otro lado no servirá para nada, así que es casi como descartarse y perder esa carta.
Podemos poner tantos pisos como queramos pero cuidado con no pasarnos porque, como dicen, cuando más grande sea el edificio más dolorosa será su caída aunque mientras dure, también nos dará más ingresos. Pero bueno, sigamos. Cuando tengamos construidos los pisos que queramos entonces pasamos a ponerle el techo. Si no tenemos ningún edificio terminado, el techo nos saldrá gratis, pero a partir de ése, los demás costarán cada vez más. El segundo una moneda, el tercero dos, y así hasta el infinito y más allá (espero que no me cobren derechos de copyright).
Una vez tengamos nuestro/s edificio/s construido (y los cojones por corbata) entonces decidiremos qué inquilinos queremos poner en ellos de los que tengamos en nuestra mano. Hay de todo. Están las familias normales, científicos locos, duquesas adineradas, frikis, raritos, y hasta okupas. Cada uno de ellos te pagarán determinada cantidad de dinero al final de tu turno pero algunos tendrán requisitos, como por ejemplo, que la casa donde vivan sea de un solo piso (aunque ellos ocuparán dos), que no haya determinados inquilinos (como músicos, por decir algo) o que sea una planta baja (para los señores con perro).
Para cumplir algunos requisitos tendremos que tener cartas especiales de ampliaciones, como son el sótano, que nos dará un piso por debajo del edificio aunque no cuenta como piso, o el ático, que convertirá el tejado en un piso habitable pero no contará como tal. Esto sirve para cartas especiales como la duquesa, que solo se irá a vivir a edificios de una planta, pero que ocupa dos pisos enteros la jodía.
Bien, ya hemos definido cómo se construyen los edificios, ahora toca ver qué hacer con los de los demás, claro está y para eso usaremos las temidas cartas de evento que van desde desalojos por desahucio, o bombas. Y quien dice bombas, dice asesinos para matar inquilinos, que después de derruir edificios enteros matar a una persona no tiene demasiado problema para nosotros.
Pero ojo, que estas cartas no son las únicas que se juegan. Los mismos inquilinos nos pueden servir para liarla parda. Por ejemplo, una familia, bien jugada, puede ser el caos en una vivienda, ya que se chivan a la policía de lo que hagas y si pones una bomba, la policía irá a tu casa a investigarte. Los okupas no te darán un duro al final del turno pero es que, además, cada turno que pasen viviendo en tu casa harán que uno de tus inquilinos de ese edificio se vayan. Incluso los músicos echan a alguien del edificio cuando llegan.
Si otro jugador lo pone en un piso tuyo que esté vacío, la has liado y tendrás que quitártelo de encima. ¿Cómo? Simple, mátalos o usa una carta de mudanza y mándalos a otro sitio, aunque deberías asegurarte de que hay un piso vacío disponible en la propiedad de otro jugador para poder hacerlo.
¿Y contra todas estas putadas qué puedo hacer para defenderme? Querido casero mío, nada. Absolutamente nada. Si te derriban el edificio te lo tiran abajo enterito del todo, con inquilinos si hace falta. Pero no todo es frustrante. Hay cartas de policía que irán a investigar a la persona que haya hecho la fechoría (o si lo ha hecho alguien que tenga una familia en su propiedad irán directamente porque se chivan… malditos).
Esa persona tiene dos opciones, o pasarle el muerto… o la pasma, a otro jugador con una carta de abogados o coartada o bien comérselo con papas e irse a la cárcel de la cual solo podrá salir pagando o con una carta de «sal de la cárcel». Y dentro de la cárcel ni cobras ni puedes construir, aunque sí puedes puñetear a los demás jugadores y, oye, algo bueno tenía que tener estar en la cárcel, como estás vigilado por la poli, ya tienes coartada grauita, no puedes ir dos veces a la cárcel. Y solo puede haber uno entre rejas… así que si otro va a la trullo, tú dices adiós.
Y éste, querido culpable mazmorrero, es El Casero. Durante el juego las cosas irán por turnos. Primero construyes, pones inquilinos y puteas a los demás, y cuando lo has terminado (si no estás en la cárcel) cobras. La forma de cobrar es algo distinta, para poder jugar, claro está. Cada inquilino pone un valor en monedas, pues simplemente, pillas lo que pongan en sus cartas ya sea en forma de monedas o de cartas ya que, recordad que las cartas, además de usarse, son pisos vacíos, y necesitaremos muchas.
Las cinco primeras cartas que robemos equivaldrán a una moneda. La sexta costará dos, la séptima tres y así hasta el infinito, claro está. Hay que buscar pues el equilibrio entre tener muchas cartas para construir y oro para ganar y/o salir de la cárcel. Esto ya, es estrategia amigo mío.
El juego cuesta unos veinte eurillos de nada como mucho y las partidas son de 2 a seis jugadores con una duración de unos cuarenta minutejos. Muy rápido y fácil de entender, y sobre todo, divertido porque ver la cara de la gente cuando le lanzas tres bombas seguidas os aseguro que no tiene precio. Espero que os guste porque, de verdad, merece la pena.
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