No sabía lo que me iba a encontrar cuando ví la película para hacer esta crítica de Un pliegue en el tiempo. La precaución me decía que no esperara demasiado, pero ver tantísimos anuncios de la película en el Metro de Madrid me hacía pensar que a lo mejor Disney confiaba plenamente en que fuera sólida.
Al final, resultó que Un pliegue en el tiempo está tan confusa como yo lo estaba cuando salí del cine y me tocó reflexionar sobre lo que había visto. La cabeza, desde la justa distancia, me dice que tiene potencial para gustar a los niños (un mensaje de la directora antes del pase al que nos invitó Disney insistía en esto), pero el estómago, mucho más directo, me dice que le falta ritmo por todas partes. Un pliegue en el tiempo se mueve continuamente entre esos dos extremos sin terminar de encajar en ninguno.
La película gira en torno a la desaparición de Alex Murry, un científico que tras asegurar que podía atravesar 91.000 millones de años luz en un instante, desapareció dejando a su familia. Cuatro años más tarde sus dos hijos, Meg y Charles Wallace, junto a un amigo, Calvin, acaban conociendo a una suerte de tres hadas madrinas que les ayudarán a encontrar a Murry.
El ritmo es constantemente irregular en las menos de dos horas que dura la película. Pero el problema no es solo ese. Ni siquiera que haya fallos de raccord que no se entienden de una directora con tanta experiencia como DuVernay. A Un pliegue en el tiempo se le ven constantemente las costuras porque no acierta a mostrar qué tipo de película es.
El arranque de la película entronca directamente con las series que hace Disney para televisión. Ficciones centradas en los problemas del colegio/instituto, con todas las sitauciones de tensión y humor que eso conlleva. Pero, de repente, sin saber muy bien por qué la película acaba mutando hacia el género de la fantasía. Y durante bastantes minutos se centra en poner las bases de un universo tremendamente fantástico (en sus personajes, en sus escenarios y en sus situaciones) para, de nuevo volver a olvidarse de todo eso y que la segunda mitad de la película sea eminentemente una buddy movie de aventuras.
Los personajes de DuVernay tiene potencia y capacidad de conectar con el público, especialmente Meg (interpretada por Storm Reid) que, literalmente, se come la pantalla desde el minuto uno. Sin embargo la continua falta de ritmo y la inconsistencia del tono puede llegar a echar para atrás incluso a los niños menos exigentes.
No quiero que me malinterpretéis. Como crítico conozco perfectamente que ni mis gustos ni mis capacidades son el objetivo de todo el cine que se produce. Siempre intento entender los puntos fuertes de cada obra, ya esté claramente enfocada a los más pequeños de la casa o sea un cine profundamente de autor. Pero es que en esta ocasión se me hace especialmente difícil creer que Un pliegue en el tiempo pueda conectar con alguien.
No ayuda en mi crítica, tampoco, que cuando aparecen los títulos de crédito te quedas con ganas de más. Y no porque la historia esté bien contada, sino todo lo contrario. Sientes que faltan tantas cosas por explorar que todavía no acabas de creerte que ya se haya acabado la proyección.
Estoy bastante seguro de que Un pliegue en el tiempo no va a tener ningún desarrollo más allá de esta película. Y, sin embargo, casi parece que el único motivo para estrenarla ha sido plantear unos personajes y un universo para seguir explorándolo en nuevas entregas o, quizá, en una serie de televisión. Pero eso no va a pasar.
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