Stacy Title nos dejó en los años 90 algunas apuestas atractivas en el género del terror. Ha esperado casi 18 años para volver al mismo como directora, pero bien podía haber matado el tiempo de cualquier otra manera y nos hubiera ahorrado su nueva película. La crítica de Nunca digas su nombre os cuenta por qué.
Bye Bye Man o, en español, Nunca digas su nombre comienza de manera curiosamente efectiva. En los años 60 vemos a un hombre cometiendo una serie de asesinatos atormentado por un nombre. En un buen plano secuencia, la película nos adentra en los primeros minutos de manera prometedora.
El problema es que nos cuenta de nuevo la manida historia del hombre del saco. La historia de ese nombre impronunciable; que si lo haces acaba persiguiéndote en todo momento. La palabra cansino comienza a sonar en nuestras cabezas. Aquí intenta ser una representación del mal absoluto. Una especie de justificación de los actos deplorables de la humanidad, pero no se adentra en nada realmente.
Es una película cobarde en realidad. Pone sobre la mesa los tópicos más obvios del género. A saber: la película transcurre en una casa abandonada que esconde un secreto (el nombre innombrable), jovenzuelos con triángulo amoroso y ser despiadado que se aparece de vez en cuando para destruir las vidas de los inocentones protagonistas.
Para empezar, los tres jóvenes perseguidos (Douglas Smith, Lucien Laviscount y Cressida Bonas) están realmente espantosos y no logran transmitir el miedo que se supone que invade sus cuerpos. Los secundarios tampoco ayudan. Mientras que la presencia de dos conocidos nombres, Carrie-Anne Moss (Matrix) y Faye Dunaway (Bonnie and Clyde), es aterradora. Baste decir que la legendaria actriz hizo un mejor papel en la pasada gala de los Óscar que en la película que nos ocupa.
La guinda del despropósito se encuentra en el propio Bye Bye Man. Su presencia no asusta. Hay por ahí una supuesta vinculación con un tren que no se entiende ni se explica. Y encima va acompañado por un perro CGI de dantesco aspecto cuya aparición es injustificable. No solo porque el diseño es horrendo, sino porque no realiza ninguna función aparente.
En definitiva, para concluir la crítica de Nunca digas su nombre, el filme hace aguas lo mires por donde lo mires. No asusta en ningún momento, a pesar de intentarlo con el molesto aumento de decibelios. Los tres protagonistas no están nada trabajados. El ser malvado, aún menos. No se explica en ningún momento el origen del mal y encima todo acaba con la firme intención de una segunda entrega. Aun así, la película llega a los cines, por lo que si eres muy, muy fan del género, tienes otra propuesta más.
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