Estamos acostumbrados a que las series cabecera de Netflix ocupen un gran espacio dentro de la propia plataforma. Sin embargo, hay otras series más recónditas dentro su catálogo, fuera de los Stranger Things, Por 13 razones o las producciones para Marvel, que bien merecen un visionario. O dos si son pequeños.
El año pasado se estrenó Glow, y aunque de inicio quiso entrar en las gran liga, pronto se vio relegada a un segundo plano. No por su calidad, sino por otros motivos que no logro a entender. Tengo que ser sincero: no sé por qué esta serie no está considerada como una de las grandes de Netflix. Quizá sea porque de verdad hay muchos pesos pesados, pero desde luego si me dan a elegir entre volver a ver la segunda temporada de Jessica Jones o repetir con Glow, lo tengo claro: me quedo con las chicas del wrestling.
En unos días tendremos la oportunidad de poder ver la segunda temporada de la serie. En esta ocasión, Netflix ha tenido a bien a mandarnos los diez capítulos que la forman, por lo que podemos hablar de ella al completo, sin esperar a que ver el final como nos suelen acostumbrar. La vuelta de Glow no va a sorprender como lo hizo la original. Pero si va a expandir las vicisitudes de este curioso elenco de personajes entremezclados.
Acabamos la primera temporada con la gran noticia de que la cadena local acogía finalmente la serie. Glow está basada en una serie de los años 80 de mismo nombre y temática, aunque ninguno de los personajes coincide con aquella. Los nuevos episodios tienen una nueva trama. Ahora que Glow se emite, tienen que intentar conseguir audiencia para continuar en antena tras los primeros capítulos.
De nuevo Glow mezcla con maestría la comedia con el drama. Ninguno de los dos géneros acaba saturando y tan siquiera imponiéndose el uno al otro. La ficción no te hará reír con humor absurdo, sino que cincela con sumo cuidado cuando es necesario sacar una sonrisa al espectador. Igual ocurre con el lado dramático. No se busca lloros de culebrón forzados, pero es cierto que en algunos momentos la carga dramática está realmente conseguida y llega a cobrar ventaja a la ligereza.
Ruth (Allison Brie) y Debbie (Betty Gilpin) vuelven a ser la pareja protagonista en la que gira la mayoría del argumento. Afortunadamente el resto de chicas tiene su dosis de presencia. No se echará demasiado en falta minutos de ninguna de ellas. Y tenemos que volver a destacar a uno de los personajes, Sam Sylvia, el frustrado director que dirige Glow. Vuelve a significar todo un acierto, no solo su guion y trama, sino la elección del actor, Marc Maron.
La mayoría de personajes suele rendir a gran altura, pero en Sylvia se puede apreciar una carga en todo momento sobre sus hombros y su pose sarcástica quedará en entredicho en más de una ocasión. La responsable del nuevo sinvivir del director es su hija adolescente, a quien conoció en la primera temporada. Su relación pasará por todo tipo de estados en la segunda temporada y motivará las reacciones del personaje. Lo mismo se puede decir del propio Sam con Ruth. Aunque Gilpin está magnífica, Maron y Brie son los auténticos motores de Glow.
La serie tampoco ha tenido ningún problema en arriesgar. En situaciones desesperadas, cuando las normas se rompen, se crean los episodios más disparatados. Algo así ocurre dentro de la trama. Adelantar algo más sería entrar en los spoilers, por lo que intentaremos contar lo justo y necesario. Llega un momento cumbre en el que los creadores nos regalan un inclasificable capítulo con la excusa perfecta dentro de la serie. No desentona. En realidad un poco sí, pero únicamente es al inicio del mismo. Una vez te sumerges en su personalidad, no puedes hacer más que quitarte el sombrero.
Glow añade nuevos ingredientes a su segunda temporada. La primera giraba en torno al feminismo. ¿Cómo podían sobrevivir un grupo de actrices en un mundo de hombres? Esta premisa continúa, evidentemente, en los nuevos capítulos. Incluso con un momento desgarrador, protagonizado por una mujer. Aunque también se incluyen otros aspectos sociales que fueron tratados de manera más secundaria el año pasado: se habla abiertamente de la homosexualidad, la serie está ambientada en los 80, recordemos, y se toca el racismo. La inclusión de un nuevo personaje, el cual coge importancia en el transcurso de los episodios, es vital para contar parte de esta trama.
Lo fantástico de Glow es cómo explica temas tan serios sin perder la frescura y sumergirse en el drama lacrimógeno. No necesita esforzarse demasiado para destapar los problemas conocidos de la época, e incluso de la actual -en ocasiones parece que seguimos estancados-. Su narración es natural y el conjunto de los actores son creíbles sin tan siquiera articular palabra en escenas claves.
¿Es necesario ver Glow? A nuestro juicio, sí. La serie entretiene y se consumen sus diez capítulos sin apenas esfuerzo. Es cierto que los dos o tres primeros son más flojos que el resto. Ya conocíamos sus arcos y se toma su tiempo para proponer los nuevos. Una vez presentadas todas las cartas, despega de nuevo para convertirse en una serie indispensable.
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