No es sencillo hacer una crítica de La forma del agua. El consenso en las nominaciones a los Oscar asusta por los números. La última película de Guillermo del Toro ha acaparado hasta 13 nominaciones, incluyendo Mejor Película, Mejor Director o Mejor Actriz.
Del Toro esun creador todoterreno dentro del género fantástico y de la ciencia ficción. Le debe su fama al cine, desde luego, pero también tiene experiencia en televisión y como novelista. La mala suerte es, quizás, lo único que le separa de también haber contado alguna historia en los videojuegos. Pese a todos los esfuerzos que ha hecho Kojima.
La capacidad como creador de Del Toro está fuera de toda duda. Su gusto por la fotografía es absolutamente exquisito. En El laberinto del fauno o en Hellboy II hay planos que son una auténtica locura y automáticamente se quedan grabados a fuego en la retina. Además Del Toro entiende perfectamente que la fantasía y la ciencia ficción no son asépticas sino que valen para tratar problemas actuales con contextos imaginativos. Del Toro entiende perfectamente que el cine es un arte y, como tal, cada obra tiene un mensaje que transmitir. Es algo que se puede apreciar en toda su filmografía y que también está presente en La forma del agua.
Esa pasión por la estética se puede apreciar en los colores predominantes durante toda la película. No solo es que la cinta empiece y acabe con escenarios acuáticos, es que entre medias todo viene dominado por verdes y azules. Es exactamente lo mismo que en Hellboy II, donde el dorado era el leitmotiv.
El interés por lo monstruoso es algo recurrente en la mayoría de las obras de Del Toro. Aunque en La forma del agua eso cambia radicalmente. Aquí el monstruo ya no es lo desconocido o algo a lo que los personajes se deben enfrentar. El monstruo acuático es objeto de fascinación (primero) y amor (después) para Elisa, la protagonista.
Justo en ese punto radica el problema de La forma del agua. Los pocos personajes que tiene (pero todos ellos necesarios) están construidos a la perfección y funcionan genial en la primera mitad de la película (cuando el monstruo es objeto de fascinación). El problema es la segunda mitad. Elisa es muda de nacimiento y el monstruo no habla su idioma. No hay ninguna comunicación real entre ellos. Pero a pesar de eso, Del Toro decide construir toda una relación romántica ambos dos.
El problema no es el monstruo, claro. El problema es creerse el mito del amor romántico y retorcerlo lo máximo posible para afirmar que una mujer puede pasar de la fascinación al amor profundo en cuestión de días con un ser con el que ni siquiera se ha comunicado. Es laa misma situación que se da en el corto que hizo Alejandor Amenábar como anuncio de la lotería de Navidad de 2017.
Por eso, aunque Sally Hawkins (que interpreta a Elisa) casi pueda llevar la película ella sola con su contundente interpretación, aunque la fotografía sea magnífica, aunque sea toda una oda al cine clásico (¡Elisa vive encima de un cine!), es imposible de creer la premisa romántica de la película y no te deja envolver por el mundo que Del Toro ha construido.
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