Aunque es algo que ya sabemos desde hace tiempo, esta generación ha venido a confirmarnos que hay una importante diferencia entre los gustos japoneses y los occidentales. Buena prueba de ello es el juego que os traemos esta semana. Mientras que en Japón el éxito de El Shaddai: Ascension of the Metatron fue tal que el título ha tenido que ser recientemente reeditado (con el subtítulo de Encore Edition), en Europa y Estados Unidos ha sido considerado un juego extraño y abstracto que sólo ha tenido buena acogida entre gafapastas grupos minoritarios.
Personalmente, tengo que reconocer que El Shaddai: Ascension of the Metatron me ha dejado bastante descolocado. Después de habérmelo terminado dos veces, aún sigo hecho un lío y sin ser capaz de valorarlo adecuadamente. ¿Estamos ante uno de los mejores juegos de la generación, o sólo ha sido una ilusión provocada por un impresionante aspecto visual que me ha impedido ver más allá del mismo y ser consciente de sus importantes carencias? Mucho me temo que más bien lo segundo. En cualquier caso, sea cual sea la respuesta, sí que siento que he disfrutado de un juego muy especial que merece estar en la estantería de cualquier gamer que se precie.
Ya sólo con leer su argumento te das cuenta que estás ante un juego poco corriente. El Shaddai es una adaptación muy libre del llamado Libro de Enoch, texto religioso situado entre el Antiguo y el Nuevo Testamento que sólo es aceptado como canónico por la iglesia copta de Etiopía. Concretamente, el videojuego se centra en una de sus partes (conocida como el Libro de los Vigilantes) que narra como algunos ángeles cayeron en el pecado teniendo relaciones con mujeres humanas. De estos enlaces nacieron los nephilim, seres gigantescos que se dedicaron a destruir y corromper el mundo.
Una inspiración mística convertida por Ignition Entertainment en un Hack’n Slash de guión incomprensible (debido a los constantes saltos y vacíos de la historia) en que ayudaremos a Enoch (un rubiales de apariencia un tanto andrógina y con cierto parecido a Val Kilmer de joven) a cumplir, a lo largo de 11 capítulos, la misión encomendada por Dios de “purificar” a estos ángeles caídos que están pervirtiendo a la Humanidad. Cada uno de estos capítulos presenta una estética completamente distinta a cual más espectacular.
Llegamos así al elemento más característico de El Shaddai: un apartado estético que derrocha creatividad e ingenio y ante el que uno se queda sin palabras. Su director y diseñador, Sawaki Takeyasu, ya demostró su genialidad a la hora de crear mundos fantásticos con Okami pero con El Shaddai literalmente “se sale”. Las referencias, influencias y homenajes a corrientes artísticas históricas (y a algún que otro videojuego) se suceden constantemente en un torbellino de creatividad que parece no tener fin, convirtiendo al título en una experiencia única. La fuerza de este apartado es tal que es capaz de convertirse en fin mismo del videojuego, llegando al punto en que querremos seguir avanzando en la aventura no por la historia o por el placer jugable sino por sumergirnos más y más en este universo onírico.
El audio contribuye igualmente a reforzar el carácter sugestivo y cautivador marcado por el componente visual gracias a la abundancia de temas interpretados por coros y, sobre todo, a un excelente doblaje (en inglés pero con subtítulos en castellano) en que se ha dotado a las voces de un efecto eco que las hace casi hipnóticas.
Por desgracia, el soberbio trabajo realizado en el plano artístico no se ve correspondido en el apartado jugable. Y he aquí, culpables, la gran paradoja del El Shaddai: Ascension of the Metatron ya que si lo desnudamos de todo ese maravilloso envoltorio artístico tan poco convencional, lo que nos queda es un hack’n Slash normalito que no aporta nada nuevo al género. Es cierto que contamos con tres armas distintas y que el repertorio de golpes es aceptable (a pesar de tener un único botón de ataque) pero sólo podemos llevar encima una de estas armas (si queremos cambiarla se la tendremos que robar a un enemigo) y, lo peor, pocas veces combatiremos con más de tres adversarios simultáneamente; adversarios que, todo hay que decirlo, tampoco es que cuenten con mucha variedad en su diseño (hay tres tipos básicos con ligeras modificaciones).
Para aportar algo de variedad a la acción –y quizá por la certeza de los desarrolladores de la imposibilidad de competir directamente con los grandes del género del hack’n slash- el título cuenta con un importante componente plataformero, tanto en 3D como en 2D. Sin embargo, a pesar de la indudable belleza de estas secciones de plataformas (especialmente de las realizadas en dos dimensiones), su inclusión resulta contraproducente ya que provocan una importante ruptura en el ya de por sí pausado ritmo de juego.
Teniendo en cuenta todo esto, podríamos decir que si los videojuegos fueran una forma de arte “pasiva” en la que el resultado del la experiencia individual viniera provocado por la mera observación, como ocurre con la pintura o el cine por ejemplo, El Shaddai: Ascension of the Metatron sería una obra digna del mejor museo. Pero al ser el videojuego una forma de expresión artística interactiva en que la satisfacción procede, más que del componente gráfico y sonoro, de lo que el título sea capaz de transmitirnos a través del mando, El Shaddai se queda en un hack’n slash del montón que, sin estar mal, resulta aburrido, repetitivo y totalmente carente del ritmo desenfrenado que caracteriza al género hoy en día.
No obstante, incluso teniendo en cuenta este brutal contraste entre una estética rompedora y arriesgada frente a una concepción jugable muy conservadora (o precisamente por dicho contraste), El Shaddai resulta un título único y de gran personalidad que, como dije al principio, debería ser probado por todo aquel que alguna vez haya reflexionado sobre el concepto de videojuego como forma de arte.
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