En la entrega de esta sección que dedicamos a Dante’s Inferno, comentábamos el grado de perfección y refinamiento al que el hack’n slash ha conseguido llegar durante la recién finiquitada séptima generación. Sin embargo, llegar a este nivel no fue flor de un día. De hecho, los primeros pasos del género fueron muy titubeantes, con juegos bastante discretos como Heavenly Sword o el que hoy os traemos, Conan.
Con la fuerza brutal de sus músculos, sus toscos modales y un peculiar sentido de la justicia, el personaje de Conan lleva más de 80 años haciendo disfrutar a los aficionados a las historias de ‘espada y brujería’. A lo largo de tan dilatada carrera, el Cimmerio ha conquistado a golpe de espada casi todos los “campos de batalla” del mundo del entretenimiento. Y decimos casi porque los videojuegos nunca se le han dado bien del todo. Salvo quizá el MMO Age of Conan: Hyborian Adventures, el resto de sus incursiones por los dominios del ocio digital no han sido precisamente gloriosas (y os aseguro que no han sido pocas).
Bueno, en realidad esto sería un poco relativo porque, aunque es cierto que los juegos que contaron con la licencia del Bárbaro no tuvieron gran repercusión, el “espíritu” del personaje sí que ha impregnado obras de gran calado en la historia del videojuego, como la sagas Rastan, Barbarian o incluso Golden Axe.
El título que nos ocupa sería un magnífico ejemplo de esa mediocridad de la que hablamos que ha caracterizado tradicionalmente a los juegos basados en Conan. Pero no nos llevemos a engaño. Si echamos un vistazo al diccionario de la RAE, el adjetivo mediocre aparece con dos acepciones: 1.- de calidad media y 2.- De poco mérito, tirando a malo. Atendiendo a estas definiciones, la obra de Nihilistic Software (hoy nStigate Game) estaría más bien en el primero de los sentidos. Es decir, es un juego que a pesar de tener bastantes aspectos mejorables, consigue finalmente dejar una sensación satisfactoria gracias, sobre todo, a su jugabilidad. Lástima que, como hemos dicho en otras ocasiones, en esta generación sólo ha habido sitio para los más fuertes y, aunque parezca mentira hablando de este protagonista, Conan no ha estado entre ellos ni de lejos.
La primera decepción, especialmente dolorosa para los grandes aficionados al personaje, nos la llevamos por el lado del argumento. Una historia sencilla y con una narrativa pobre que sólo sirve de excusa para liarnos a machacar enemigos podría valer para cualquier otro hack’n slash… pero NO para uno basado en Conan. No hubiera hecho falta contratar a ningún gran guionista ni gastar grandes recursos. Simplemente tenían que haber tomado como base o referencia alguna de las grandes aventuras vividas por el Cimmerio en sus innumerables comics o novelas. Quiero pensar que este despropósito se debió a tema de licencias, porque si no, es para mandar a todos los desarrolladores directamente a rendir cuentas ante Crom.
El plano técnico tampoco es el fuerte del juego. El modelado de Conan es de lo mejor en este aspecto, con una apariencia que sí le hace justicia y que recuerda a las ilustraciones de algunos de los grandes autores que lo han dibujado como Frank Frazetta o John Buscema. Los enemigos, en cambio, tienen un acabado muy simplón y, lo que es peor, se repiten hasta la saciedad. Tampoco sale bien parado el diseño de los niveles, tan vacíos y faltos de detalles que podrían pasar por ser de un juego de la primera Xbox.
El acompañamiento musical a base de composiciones de estilo épico no está mal, pero claro, se queda en poca cosa si lo comparamos con la increíble bando sonora realizada por Basil Poledouris para las películas de los años 80. Respecto a los FX, siempre suele decirse aquello de “cumplen sin más”, pero aquí ni eso. Por poner un par de ejemplos: los efectos de los golpes carecen totalmente de contundencia y el entrechocar de las armas recuerda más al latón oxidado que al sonido del buen acero.
Sin duda, como ya apuntábamos antes, lo que acaba salvando al juego de la quema y consigue mitigar en gran parte los defectos que acabamos de comentar es su jugabilidad. A parte de usar sus puños y de realizar llaves en plan wrestling, Conan dispone de tres formas de combatir: armas a una mano -con o sin escudo en el brazo libre-, a dos manos y un arma en cada mano. Cada uno de estos tres estilos de lucha cuenta además con un buen repertorio de combos, que se desbloquean gastando los orbes rojos que dejan los enemigos al morir o que encontramos en el interior de objetos. Las armas de los rivales caídos se pueden usar, con lo que es fácil cambiar de estilo a nuestro gusto o si la situación lo requiere. También podemos hacer contraataques pulsando un botón concreto justo en el momento adecuado, provocando salvajes y sangrientas escenas de ejecución donde Conan da rienda suelta a su furia.
En fin, un ejemplo más de videojuego que no sabe sacar provecho ni de las posibilidades de una licencia importante, ni de la potencia de las máquinas en las que corre. Conan tenía todo a su favor para haber sido el primer gran hack’n slash de la generación: unas consolas que en 2007 ya empezaban a demostrar de lo que eran capaces, un personaje carismático e ideal para protagonizar un juego de acción y todo un filón de material narrativo, visual y sonoro a partir del cual construir el juego. Sin embargo, Nihilistic se conformó con un apartado técnico propio de la generación anterior y prefirió inexplicablemente no utilizar elementos provenientes de aventuras anteriores del Bárbaro. ¿Cuestión de licencias? Es posible. El caso es que el juego paga muy caro renunciar a la gran trayectoria que el personaje tiene a sus espaldas. Por suerte, Nihilistic no la pifió con el gameplay, apartado esencial para cualquier hack’n slash que se precie. De esta manera, su profundo y brutal sistema de combate es el “clavo ardiendo” al que el título se agarra para hacernos sentir en la piel del más famoso héroe de la Era Hiboria; y a fe que a ratos lo consigue.
Es una lástima que entre este videojuego y la desastrosa película de 2011 protagonizada por Khal Drogo Jason Momoa, los aficionados a Conan llevemos tantísimo tiempo sin recibir una adaptación de sus hazañas que esté realmente a la altura del Rey de Aquilonia… pero esa es otra historia.
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