Disney está empeñada en traer de nuevo sus clásicos más antiguos (y no tan antiguos) a la actualidad, y aprovecha para ello un cambio de estilo completamente distinto al que nos ofreció en su momento con las películas originales. Cenicienta, que es de lo que vamos a hablar un poco, por que sí, vaya, continua la línea que vimos con Oz, un mundo maravilloso y, sobre todo, con Maléfica, y cae en medio de este camino que en un futuro será continuado por La Bella y la Bestia o La Sirenita.
Un completo novato en el género «cuento de hadas», Kenneth Branagh es el encargado de llevar a la gran pantalla la conocida historia de Ella (Lily James), una jovencita con una familia que es más feliz que las que salen en los anuncios de cereales en la tele, y que ve truncada su felicidad cuando su madre muere por una repentina enfermedad. Con el paso de los años, su padre vuelve a casarse y es cuando entra en escena Lady Tremaine (Cate Blanchett) que se convertirá en madrastra de nuestra joven protagonista que, tras la muerte de su padre, verá cómo es relegada a ser una simple sirvienta despreciada por su propia familia.
A diferencia de Maléfinca, La Cenicienta no intenta contarnos otra versión de la historia u otro punto de vista, sino que sigue casia pies puntillas el clásico de 1950, aunque añadiéndole algunos detalles que le dan profundidad a los personajes. De hecho, los que más ganan son sin duda Trelaine, la madrastra, y sobre todo el príncipe (Richard Madden o Rob Stark), que pasa de ser un panoli en la película de 1950 a tener un papel protagonista y muy importante en esta, con personalidad, diálogo y buen hacer.
No nos engañemos, no estamos ante una versión realista como podría ser la película de Por Siempre Jamás (que para mi tiene mejor planteamiento que ésta), pero es que no es lo que busca en absoluto Disney con esta película, sino todo lo contrario. Busca meternos durante dos horas en un cuento de hadas con todas sus letras, y hay que reconocer que lo consigue.
Y en gran medida es gracias a los protagonistas, Lily y Richard son capaces de transmitir, con apenas unas miradas, esa sensación de inocencia que solo un cuento de hadas, una historia de amor puro y desinteresado, puede ofrecer. Sí, lo sé, se me ha ido la vena curso con esta frase, pero es que es lo que tenemos delante cuando vemos La Cenicienta, una vuelta a la infancia y a esas historias en las que, con bondad y valentía, todo es posible.
No desmerezcamos al papel que consigue Cate Blanchett ya que Lady Tremaine es una villana de las de antaño, y consigue rezumar elegancia, malignidad e inteligencia por todos los poros de su cuerpo. Además, consigue darle una personalidad al personaje solo con las miradas y un leve fruncir de labios que, cuando se acerca el final, reconocemos perfectamente.
Pero pese a ser un cuento de hadas, Kenneth Branagh no se olvida de los momentos más duros y tristes de la historia, que cobran un especial protagonismo para conseguir darnos ese toque de alegría instantes después, enseñándonos que la vida sigue, y que hay que afrontarla con valor. El director es experto en estos dramas y consigue plasmar muy bien la esencia en los pocos segundos que duran estas escenas, pero igualmente consigue devolvernos la sonrisa pocos minutos después para evitar que una historia Disney se convierta en un drama.
No me puedo olvidar de Helena Bonham Carter y de su papel, casi anecdótico, de hada madrina. Sí, es cierto que aparece lo mismo que Jonny Deep en Into the Woods, es decir, apenas una escena, pero es suficiente para que se luzca con ganas y su locura particular, sobre todo cuando dice esas palabras que todos llevamos esperando una hora escuchar: bidibi babidi bu.
Pero no es el único gran momento de la película. El baile de Ella con Kit durante la fiesta seguramente haga que se te ilumine la cara, su primer encuentro en el bosque te hará recordar esa primera vez que tienes mariposas en el estómago, el enfrentamiento de la madrastra con Cenicienta te llenará de ira y la huida de palacio mientras todo el hechizo se viene abajo te hará contener el aliento.
Sin embargo, sí que le voy a poner una pega a la película y es que, dentro de toda esta dosis de realidad camuflada dentro de la inocencia de un cuento de hadas hay algo que no termina de cuadrar y es la propia hada madrina. Hay un momento que parece que Disney está dispuesta a darle una pequeña explicación al pequeño ser que cambia la vida de Ella con su varita mágica, sin embargo se queda en eso, una simple ilusión. No es que arruine en ningún momento la película, pero cuando ves esa profundidad de los personajes y esa intención de contarlo todo mejor, echas en falta que se haga lo mismo con el personaje de Helena.
Pero dejando eso de lado, la verdad es que la película es todo lo que se podía esperar de ella. Un cuento de hadas de los de antes, traído a hoy día de forma impecable, con unos protagonistas que encajan en su papel como anillo al dedo y que saben transmitir solo con sus gestos la inocencia, el amor, la bondad o la envidia que les caracterizan. Todo ello, sumado a una banda sonora que retoma las canciones originales, e incluso en castellano, gracias a Edurne, convierten a La Cenicienta en todo un peliculón para los amantes de Disney y sus historias de siempre.
Desde luego, si La Bella y la Bestia o La Sirenita siguen este mismo camino, nos quedan grandes películas por delante gracias a estos nuevos clásicos de la compañía de Mickey que está consiguiendo llevar de nuevo las historias de princesas a un gran nivel. Sí, es una película cursi. Sí, es una historia de amor. Pero ¿quién dijo que no era lo que buscábamos?
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