Después de que Joe Musashi ya haya visitado esta sección en dos ocasiones, ya era hora dedicar un BitBack al otro gran ninja de la Historia de los videojuegos. No, no me estoy refiriendo al rubio butanero, sino a Ryu Hayabusa, protagonista de la saga Ninja Gaiden de Tecmo y personaje seleccionable en los Dead or Alive. Y como la mejor manera de empezar las cosas es por el principio, hoy nos centraremos en el primer Ninja Gaiden para la NES de 1988.
Por cierto, como curiosidad y antes de entrar en materia, comentar que aunque con el tiempo el nombre de Ninja Gaiden ha pasado a identificar mundialmente a todos los juegos de la franquicia, lo cierto es que en los orígenes de la serie en la 8 bits de Nintendo este título era el utilizado únicamente en las versiones americanas, recibiendo en Japón el nombre de Ninja Ryukenden y Shadow Warriors en Europa.
Si recientemente en el reportaje dedicado a After Burner hablábamos sobre la moda de los aviones de combate durante la segunda mitad de los 80, mayor fascinación aun causaban durante aquellos años los ninjas. El público de la época consumía ávidamente casi cualquier cosa que llevara la palabra “ninja” en el título, por lo que tanto la industria del cine como la de videojuegos utilizaron la imagen de los guerreros de la sombra japoneses indiscriminadamente.
Muchas aberraciones salieron al mercado con el único objetivo de aprovecharse de esta coyuntura. Afortunadamente, a Tecmo no le movía el oportunismo del dinero fácil sino que estaban determinados en desarrollar un juego único, y realmente lograron su objetivo, convirtiéndose Ninja Gaiden en un éxito sin precedentes que rápidamente fue aupado por crítica y público como uno de los mejores juegos third party dentro del vastísimo catálogo de la NES.
El caso es que jugablemente Ninja Gaiden no inventaba la rueda precisamente. Sin embargo, sí que suponía un gran ejercicio de eclecticismo en que Tecmo supo seleccionar muy bien un poquito de aquí y un poquito de allá de otros sidescroller clásicos, como Castlevania, Batman o incluso el mismísimo Super Mario Bros, añadiendo a la mezcla algún detallito propio como la habilidad de Ryu para agarrarse a paredes verticales y escalar rebotando entre ellas.
Más que su gameplay, las claves que convirtieron a Ninja Gaiden en un título de culto hemos de buscarlas en su argumento y su endiablada dificultad.
En lugar de presentar la típica historia plana que sirviera de excusa para masacrar a todo bicho viviente, Ninja Gaiden planteaba un elaborado guión en el que había un poco de todo: ninjas, demonios, búsqueda de venganza, profecías apocalípticas, romance, traición y algún que otro giro “inesperado”. No obstante, mucho más que el argumento, lo verdaderamente revolucionario fue la forma de desarrollarlo a base de largas escenas estilo anime mostradas entre fase y fase. De manera que podemos afirmar que Ninja Gaiden fue uno de los pioneros en algo tan común en la actualidad como plantear el videojuego desde una perspectiva cinematrográfica.
Hoy estamos totalmente acostumbrados, pero en su momento este sistema, bautizado como Tecmo Theater, suponía un importante cambio en la forma en que el jugador se involucraba en el videojuego. El argumento dejaba de ser algo secundario que no importaba mucho y que quedaba, en la mayoría de los casos, reducido a un par de párrafos en el manual de instrucciones para convertirse en un elemento fundamental. La secuencia de intro con ese duelo ninja entre el padre del protagonista y un misterioso oponente te dejaba ya completamente enganchado, y estabas deseando pasar de fase para ver como continuaba la historia y qué nuevos peligros le esperaban a Ryu en la siguiente.
En cualquier caso, siendo importante su novedoso estilo narrativo, si por algo será recordado eternamente Ninja Gaiden es por su dificultad; tan desquiciante que podríamos decir que más que tu habilidad con el mando lo que realmente se ponía a prueba era tu salud mental, porque ciertamente era difícil no cometer alguna locura ante tal despliegue de injusticias y mala leche pixelada. Y es que daba igual como lo hicieras, en cada salto, en cada pared… siempre había un enemigo estratégicamente situado para golpearte en el preciso momento en que te encontrabas “vendido”. No obstante, el juego se reservaba la mayor putada para el final, donde teníamos que derrotar a tres jefes finales seguidos con una sola vida ya que morir significaba reiniciar el nivel completo.
Como hemos hecho otras veces al hablar de grandes clásicos, podría recomendaros jugar a Ninja Gaiden con argumentos tales como que se trata de uno de esos títulos que suponen un hito en la evolución de los videojuegos, que se estudiarán cuando esta forma de entretenimiento se coloque de una vez a la altura de las demás artes o que todo buen gamer debería jugar alguna vez en su vida; pero hoy no me apetece ponerme tan solmemne. Así que sencillamente os recomiendo jugar a Ninja Gaiden no porque suponga una lección de Historia, sino porque, a pesar de los años, sigue resultando divertido y manteniendo fresco ese dinamismo, carisma y encanto con el que encandiló a medio mundo hace cerca de treinta años. Además, no encontraréis mejor test para determinar vuestra capacidad de tolerancia a la frustración.