Bueno, culpables, esto se pone interesante. En el tercer episodio de Big Little Lies, “Living the Dream”, Celeste, Madeline y Jane parece que por fin intentan resolver sus problemas y enfrentarse a ellos de cara. La trama avanza un poco más que en el anterior capítulo, y al fin se revela uno de los secretos que más nos tenían en ascuas.
Celeste y su marido tienen una relación muy tóxica, en la que él la maltrata y ella miente a los demás para ocultarlo y no ensuciar su bonita estampa familiar. En este episodio por fin decide compartirlo con una tercera persona, acudiendo junto a Perry a una terapia de pareja. Parece que los consejos de su amiga Madeline han servido de algo, aunque no sé hasta qué nivel esto servirá de algo. Os recuerdo que la serie empieza/acaba con un asesinato, y tanto Celeste como su guapísimo marido tienen muchas papeletas para protagonizarlo.
Por otro lado tenemos a Madeline, que sigue enfrentándose a los berrinches de su hija adolescente. Parecía que las cosas se habían calmado tras su última conversación en el anterior episodio, pero ahora la niña sale con que quiere irse a vivir con su padre por la “presión” que siente en casa. Bueno, tal vez sea lo mejor, ya que la relación entre ellas es cada día más complicada. Al menos aún tenemos a la adorable Chloe…
Jane y Ziggy tienen una relación maravillosa, pero una discusión por culpa de un árbol genealógico para el colegio hará que las cosas se vayan al traste. Y es que Ziggy exige saber quién es su padre, al menos su nombre, mientras Jane no quiere compartir nada acerca de él… ¿Pero por qué? Nos preguntábamos hasta ahora. Y es que por fin el personaje de Shailene Woodley ha soltado prenda y ha contado la siniestra verdad acerca del misterioso progenitor de su hijo. Y oye, entiendo por qué la ocultaba, ya que no es nada agradable. Habrá que ver cómo se la cuenta a Ziggy para que este se calme, si se la llega a contar.
La sociedad ricachona de Monterey es tan frívola que hasta el cumpleaños de una niña pequeña puede ocasionar envidias, enfados y maquinaciones. Al menos en el caso de Renata, la estirada madre de Amabella, que organiza una gran fiesta para su querida hija a la que solo acuden 6 niños. Es hasta un poco humillante ver cómo se arrastra Renata para conseguir que más niños vayan al cumpleaños, solo porque quiere una fiesta perfecta para su niña. Lo que les gusta presumir en esta serie no tiene nombre…
Mención aparte merece la escena de Renata y su marido en el despacho de este. No sé muy bien a qué viene el arrebato que les da, pero supongo que su vida sexual y sentimental es tan reprimida que tienen que desfogarse de alguna manera. Qué triste que se aparente tanta felicidad en público y se tenga una relación tan extraña con quién tenemos en casa.
Creo que a estas alturas los seguidores de la serie tenemos muy claro que estamos ante una producción lenta y sosegada, que se toma su tiempo para contar las cosas y no tiene ninguna prisa. No creo que esto sea un defecto mientras consigan mantener la opinión del espectador, pero me da un poco de miedo que, al ser solo siete episodios, el final sea un poco atropellado y se quieran contar demasiadas cosas de golpe.
De todas formas no creo que este sea el caso, ya que en tan solo tres capítulos hemos conocido de cerca a todas las protagonistas y ya sabemos todo su pasado y su presente. Ahora solo falta conocer su futuro, representado por ese maldito asesinato del que seguimos sin tener ni una sola pista. ¿Cuánto más nos harán sufrir?
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