Se puede decir que no he sido nunca un gran asiduo de las aventuras gráficas; quizá sea por el hecho de que nací en el 96, y ya existía para entonces una consola como Playstation, por lo que no tenía que recurrir a un tosco PC y jugar a las clásicas novelas de antaño como Monkey Island o Day of the Tentacle. Pudo ser, también, por el hecho de que nací en el 96, y ya existía para entonces una consola como Playstation… Bajo una suerte de día de la marmota que acabo de ejemplificar se asienta The Sexy Brutale, la nueva obra que Tequila Works (encargados del futuro RiME) y Cavalier Studio se han sacado de la manga, como si de un as se tratase. La expresión le viene a pelo, porque de naipes y juegos va la cosa… Arranca el análisis de The Sexy Brutale.
The Sexy Brutale se localiza en una fiesta celebrada en una mansión que cuenta con 12 invitados. A determinadas horas, todos y cada uno de ellos morirán de maneras diferentes a manos del propio personal del casoplón. Nosotros (Lafcadio Boone), que no estamos invitados sino que nos dedicamos en cuerpo y alma a la conservación del lugar, debemos evitar estas muertes en menos de 12 horas. 12 horas, 12 invitados… ¡Y eso que la baraja de naipes tiene 13 cartas! ¿Dónde está el comodín?
Boone es un protagonista mudo: en ningún momento decide, por voluntad propia, vestirse de superhéroe y salvar a cada participante de la reunión; es un espíritu femenino teñido de rojo el que se le aparece y le fuerza a encarnar el rol de anti-aguafiestas, rogándole que salve a todos y cada uno de los asistentes. Ese será el objetivo del juego: salvar a los invitados y descubrir qué demonios se cuece en los entresijos de la mansión.
Bajo una trama algo manida -que tiene su punto álgido al final- se esconde una novela gráfica como las de antaño, en las cuales se resuelven puzles a base del ensayo y error clásico y la observación de movimientos; un juego de infiltración, ya que en ningún momento se puede compartir habitación con otro transeúnte que posea una máscara por la maldición que acecha el cortijo; un título de exploración, en el cual Lafcadio deberá vagar entre habitaciones para descubrir objetos o pistas; y un empleo de transgresiones temporales al más puro estilo Prince of Persia.
La mecánica del juego no es compleja en exceso: bajo una premisa de ensayo y error, Lafcadio deberá espiar como si de un vecino adolescente se tratase a cada invitado para comprobar sus pautas de actuación y, a su vez, hacer de sujeto voyeur en el momento de su muerte. Observar movimientos, escuchar conversaciones y seguir pautas de actuación para conseguir pistas que, aunque parezcan nimias e insignificantes, darán con la clave del caso, resulta fundamental para condonar la vida de un invitado, olvidarnos de él para siempre y continuar con el próximo.
De cada personaje que se salve Lafcadio obtendrá una breve descripción y, lo que más importa mecánicamente, los poderes de las máscaras. Gracias a Willow será posible ver a los fantasmas que pueblan el lugar y que son fundamentales para la resolución de varios casos; con la máscara de Trinity, Lafcadio podrá escuchar conversaciones entre personajes y desvelar los más suaves cuchicheos, así como marcar los pasos de los personajes aunque no sean visibles; ¿y cómo no mencionar a Sixpence, el chiflado que permitirá manejar el tiempo a nuestro antojo siempre que queramos? Cada adquisición de poder y su utilización acaban integrándose de manera orgánica; no están por estar, sino que se introducen en un contexto y tiene lógica el utilizarlos en según qué momento y según vaya progresando todo.
El análisis de The Sexy Brutale no puede quedar exento de crítica sobre su apartado artístico. Es un juego bonito; muy bonito, mejor dicho. A pesar de que la cámara se sitúe de manera isométrica, se pueden apreciar perfectamente los trabajos cartoon realizados por el equipo de arte. Los personajes y localizaciones están súper detallados, de estilo barroco, caritaturesco, así como las máscaras muestran estilos muy diferentes entre ellas (una está, por ejemplo, inspirada en la lucha libre mexicana).
La música es el plato principal del juego. Los temas son pegadizos y la música crea por sí sola una atmósfera de mansión, de juego (algunos temas son más movidos; otros, por el contrario, algo más calmados y oscuros, como el del sótano). El sonido y su continuidad aportan la verdadera magia al juego: todos los días a las siete de la tarde oiremos la campana doblar, al igual que el disparo del tutorial. La mecánica de la repetición no sería nada sin este sonido, y al final, resulta ser el elemento clave que aporta cohesión y veracidad al argumento.
Aquí concluye el análisis de The Sexy Brutale, no sin antes puntualizar algo: al brillante desenlace del juego se le podría haber aderezado un poco de dificultad; algo que aunase las experiencias aprehendidas previamente para ponerlas todas en práctica a modo de broche final. Ello no emborrona una experiencia fantástica de solventar puzles y sentirnos protagonistas de situaciones snuff en la que la pieza que encaja todo se llama Lafcadio Boone.
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