Nunca tuve una GameBoy. Mis pocas aventuras con una pantalla verde fueron con la consola de algún amigo o ya, más adelante, con los emuladores. Debo decir que juegos como Wario Land o Kirby’s Dream Land me encantaban. Por lo tanto, y como podréis leer en este análisis de Squidlit, ha sido un juego que me ha sorprendido gratamente. Con cosas por pulir, pero con mucho potencial.
Para poneros en situación, Squidlit nos pone en la piel de una especie de pulpo que vive en tierra firme. Por lo visto, hay un malo malísimo encerrado en un castillo que planea cosas malas. Antes que nosotros, otros intentaron detenerle, pero nunca regresaron. Así que nos ha tocado el turno. Nuestro alegre pulpillo es capaz de saltar y de disparar chorros de tinta a todo aquello que tiene por debajo. Como jugabilidad no es rompedor, pero funciona como en los juegos de toda la vida.
Y es que Squidlit es, básicamente, eso. El juego que llevamos años y años jugando. Un personaje simpático, un objetivo sencillo, un poco de habilidad y poco más. El único problema es que ese poco más es realmente poco en este título. Apenas 45 minutos de duración no es lo idóneo para enganchar al público, pero como carta de presentación está la mar de bien. Recuerdo que mi primera partida al Sonic Chaos de Master System duró aún menos. Y me costó bastante más dinero de lo que cuesta este.
Aún siendo tan corto, Squidlit ofrece dos o tres cosas muy interesantes, como los cuatro jefes finales o los «diálogos». Quizás vendrían bien algunos secretos o coleccionables que te animen a explorar un poco más los niveles, pero tampoco podemos pedir mucho más. No hay que perder de vista que el juego está desarrollado por dos personas. También es cierto que mantenerse tan fiel al concepto gameboy tiene alguna que otra pega, más allá de la nostalgia.
La música y los efectos de sonido pueden resultar bastante machacones pasados un rato. Jugar en una pantalla grande con esa resolución tampoco es lo más adecuado, la verdad. Quizás hubiera sido más razonable un lanzamiento para dispositivos móviles o, incluso, para Switch. Habría que descubrir si hay planes para ello, porque serían las plataformas ideales para que Squidlit tuviera aún más encanto. Sin miedo a parecer exagerado, Blip, el pulpo saltarín, podría ponerse al nivel de Kirby o cualquier otra mascota de sagas clásicas.
Poco más puedo contar en este análisis de Squidlit. La verdad es que el juego se me ha hecho corto. Por un lado porque me lo he pasado bien. Y por el otro, porque tampoco supone un reto demasiado elevado cuando ya sabes de qué pie cojea el género de las plataformas. Aún así, la ayuda al jugador es inexistente, por lo que tienes que buscarte la vida para superar cada obstáculo. Desde el principio.
Si os soy sincero, desde ya empiezo a esperar un Squidlit 2. Creo que no hay mejor manera de resumir la impresión que me ha dejado el juego. Una segunda parte con la misma estructura y algo más de contenido sería la mejor manera de asentarse. En lo que respecta a vosotros, hacedme caso y pagad lo poco que vale. Que el buen rato que pasaréis con él ya no os lo quita nadie. Es de esos juegos que no se pueden valorar con una nota.
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