Hace cuatro años Bandai Namco nos sorprendió publicando uno de sus títulos más originales. Little Nightmares era un videojuego que se salía de sus estándares. Un pequeño proyecto organizado por Tarsier Studios que apostaba por el horror sin llegar a terror, por una aventura corta y sin alargar innecesariamente pero con una intensidad como ninguna otra. El resultado no fue para todos los públicos, pero enamoró a quienes supo enganchar. Con nuestro análisis de Little Nightmares II hay más razones para reenamorarse.
Su secuela se ha hecho esperar mucho. Tarsier no cede ante exigencias del mercado y se centra en los puntos fuertes que destacaron la obra original. Es la mejor decisión que podían tomar: podría incluso definirla no como un juego a la altura de su legado, sino como un producto superior.
La historia de esta entrega de la franquicia nos lleva a nuevos territorios por explorar. Abandonamos el barco que dejó emocionalmente marcada a nuestra protagonista Six: la fuente del mal no está en el mar. Llegamos a tierra firme y hacemos frente a un mundo más grande que nunca azotado por una desgracia que aún no alcanzamos a comprender.
Es difícil hablar de la historia de Little Nightmares II sin tropezarnos con sus misterios. No hay documentos que nos cuenten convenientemente lo que ha sucedido ni NPCs que nos hablen de los buenos días pasados. Tenemos que reconstruir la narrativa de qué está sucediendo a través de pistas visuales y pequeños detalles desperdigados por Ciudad Espectral.
Durante los próximos años los fans van a tener material de sobra para desarrollar teorías sobre cuál es la narrativa de la saga. Esta secuela arroja luz sobre algunas de las incógnitas de la primera entrega pero oscurece la respuesta de otras. Es difícil de asegurar la cronología o identidad de muchos personajes cuando van a abrirse discusiones por temas mayores.
Este elemento de misterio juega a favor de Little Nightmares II. El mundo de fantasía en el que se mueve no necesita respuestas definitivas sino hacernos volar la imaginación. Poder profundizar en nuevos aspectos de la franquicia y sentir la satisfacción de confirmar algunas de tus interpretaciones es un gran sentimiento. En cambio, desconocer el terreno es lo que consigue mantenerte despierto por la noche intentando comprender un poco más este universo tan retorcido.
Lo que consigue convencernos de que este mundo está roto es la crueldad que guarda hacia los protagonistas. No estamos acostumbrados a que los niños corran un peligro real en películas y series. Por lo general se ha suavizado el trato hacia los más pequeños a la par que nos hemos insensibilizado hacia la violencia. Little Nightmares II no se corta lo más mínimo en este aspecto: son los más pequeños los que peor lo pasan en su mundo.
Dejamos de lado a la encantadora Six para vivir las desventuras de Mono, un muchacho perdido en el bosque. Al igual que ella no es fuerte, su tamaño es minúsculo frente a los monstruosos adultos y carece de herramientas con las que ganarse la supervivencia. Mono es débil, aunque escurridizo y astuto. Lo más importante es recordar que su corta edad no le hace inocente.
Si la primera entrega representaba la lucha contra el hambre a través de Six, esta nos muestra el control del poder. Mono es alguien mucho más alterable que anteriores protagonistas. El miedo y la opresión le han convertido en una presa siempre a la fuga, pero arrinconar a un animal no suele acabar bien. En momentos críticos los enfrentamientos contra los monstruos pueden dar un giro inesperado y la respuesta del pequeño nos puede dejar helados.
La peor parte es que la mayoría de las veces no seremos conscientes de ello. Las acciones de Mono son las nuestras con el mando. El pequeño no se rebela contra el jugador en pequeñas cinemáticas como hacía Six cuando le entraba el hambre insufrible. Tarsier Studios ha tomado nota y la personalidad de nuestro protagonista se refleja a través de la jugabilidad en momentos críticos, así como su horror al darse cuenta de las cosas que hace. Su culpa es la nuestra, y nuestra experiencia se ve marcada por ello.
Controlamos cada pequeña acción de Mono, pero él es sólo la mitad de esta historia. Six nos acompaña en gran parte del camino y se aleja lo máximo posible de volver a ser controlada. Nuestra amiga está horrorizada con lo que sucede a su alrededor, pero no se rinde frente a los retos. La necesitamos para tener acceso a la mayoría de nuevos puntos en la jugabilidad. La colaboración hace posible saltar a nuevas secciones, hacer frente a puzles algo distintos y enfrentarnos a los adultos.
La importancia que le damos a nuestra compañera define todo Little Nightmares II. Mono la necesita para poder avanzar, pero su relación levanta otras incógnitas importantes. ¿Buscamos el apoyo moral de Six? ¿Valoramos nuestra supervivencia por encima de ella? A la hora de la verdad, ¿dejaría nuestro chico a su amiga atrás? Son cuestiones que no nos plantearíamos en otro título de horror o de haber sido un título multijugador.
El mensaje que nos transmite Mono a través de su relación con Six es interesante de ser escuchado. El universo de Little Nightmares II está corrupto y los más débiles caen frente a sus monstruos. Eso significa que la línea por el precio de la supervivencia es difusa. Cuánto merece seguir existiendo en un lugar tan miserable es una respuesta a la que debe llegar nuestro protagonista en solitario durante las cuatro a cinco horas que dura la primera partida.
Little Nightmares II no es un juego muy largo. Apenas ocupa un poco más de nuestro tiempo de lo que lo hizo la primera parte. No os equivoquéis: cada minuto de sus múltiples capítulos se disfruta con la intensidad que merece y el hecho de que no se haya alargado artificialmente lo refuerza como obra.
Por desgracia no quita que sea un elemento que muchos jugadores tendrán en cuenta, especialmente por la falta de actividades secundarias más allá de coleccionar sombreros. Si uno prefiere cuatro horas excelentes o veinte buenas con algunos momentos brillantes queda en manos ajenas.
Son las mejoras en jugabilidad y su forma de contar una narrativa personal lo que te va a encantar de Little Nightmares II, pero su mundo es lo que seguirá enamorando a todos. El estilo visual oscuro y retorcido de la primera entrega se refuerza aquí con una ciudad visualmente conmovedora. Cada rincón que exploramos está cuidado con una atención al detalle digna de una exposición de arte.
Los escenarios son espectaculares, pero son los habitantes lo que de verdad acaba vendiendo este mundo. Versiones retorcidas de una estricta profesora del colegio o un forense encienden todas las alarmas de peligro en tu cerebro. Los adultos atrapados por la televisión o el hombre detrás de la pantalla son imágenes con las que puedes relacionar fácilmente tu miedo.
Ese es uno de los mayores puntos fuertes de Little Nightmares II frente a la primera entrega. Las Fauces era un barco lejos de la civilización y los terrores que reflejaba eran propios de la imaginación de un niño. Ciudad Espectral contesta a un instinto más inmediato: la inquietud familiar. Como niños nos hemos relacionado con colegios, hospitales y televisores viejos con antenas estropeadas. La inquietud que nos despertaban esos lugares se materializa en las horribles versiones de esta obra.
Era difícil estar a la altura de la primera parte, pero Little Nightmares II supera con creces lo que nos ofrecía Six. Su jugabilidad está expandida a nuevos límites, su historia se transmite a través de los controles y el mundo en el que se desarrolla crece hasta ver nuevos horizontes. No será un título que guste a toda clase de jugadores, pero será una obra que enamore con quienes conecte. Si quieres una razón para no dormir no encontrarás mejor razón.
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