Los videojuegos tienen como principal intención entretener. Pero cuando, además, nos hacen ver algunas partes escabrosas de la sociedad, a la par que nos hace pensar, llegan a otro nivel. El realizar el análisis de Do not Feed the Monkeys nos ha llevado a reflexionar bastante. Y es que tomar como inspiración la obra de Orwell, Gran Hermano, no es moco de pavo.
Formar parte de una organización secreta no es sencillo. Sin embargo, nosotros, contra todo pronóstico, lo hemos conseguido. ¿El fin de esta? estudiar a los primates y su comportamiento. Por supuesto, todo esto es una tapadera. No seremos nosotros los que paguemos por ver vídeos de monos en bucles. Lo que vienen a ofrecernos es poder espiar a nuestro gusto a determinadas personas gracias a cámaras ocultas.
Por supuesto, la confidencialidad es clave, por lo que interacturar con los especímenes está totalmente prohibido. Aunque podemos saltárnoslo a la torera, por supuesto, y la gracia reside en ello. Así pues, haciendo las veces de investigador, tendremos que ir escalando posiciones en la asociación, comprando cámaras y respondiendo a las cuestiones que se nos planteen.
Por supuesto, la libertad para ello es bastante amplia, ya que podremos pasar de la cara de todo el mundo e irnos de la asociación. Aunque todo tiene sus consecuencias, claro está.
Teniendo lo anterior claro, toca remarcar conceptos. Do not Feed the Monkeys es un juego pausado. Podría definirse como un juego de lógica/Point and click/simulación , ya que realmente todos los elementos nos lo van dando con el tiempo. Con un horario interno propio, el juego nos invita a visualizar diversas cámaras.
De ellas podremos tomar anotaciones para, más adelante, usar el buscador de Internet y así encontrar pistas que nos lleven a conocer más a los sujetos. Esto nos llevará tanto a poder responder las cuestiones que nos presente el club, con el consiguiente beneficio monetario que conlleva, como a cambiar el destino de las personas que vemos.
Y lo cierto es que será bastante difícil no entrometerse. Los elementos aquí tratados son de lo más escabrosos. Nada de medias tintas, tenemos casos de asesinato, caza ilegal, filias sexuales… no es, desde luego, un juego para todos los públicos. Quizás por esa sinceridad a la hora de tratar tantos temas, que vivimos día a día en nuestra sociedad, aunque sea de tapadillo, es lo que lo hace tan interesante.
De hecho, como hemos comentado, hasta podremos influir en el desenlace de las cosas. Por ejemplo, pudiendo salvar o dejar morir a un secuestrado. Todo ello mientras intentamos subsistir como buenamente podemos. A fin de cuentas, el juego es un game over si llegamos a 0 en nuestra barra de salud, sueño, o hambre; al igual que si no pagamos el alquiler o no tenemos las cámaras necesarias para superar las inspecciones de la organización.
Lo cierto es que todo ello está muy bien implementado, haciéndolo todo bastante fluido y sin contratiempos. Salvo que, claro está, nos toquen cámaras la mar de aburridas. Tanto al comienzo de la partida como conforme las vayamos adquiriendo, estas serán totalmente aleatorias. Algunas de ellas, por más que hemos mirado, no les hemos visto ninguna interacción. Así que básicamente es un ocupa espacio que nos hará aburrirnos hasta llegar a los horarios de el resto de usuarios.
Esto empeora cuando llevamos ya varias partidas realizadas. El número de jaulas, aunque parezca elevado, no lo es tanto. Así pues es más que probable que de cara a poco tiempo ya nos sepamos la resolución de bastantes. Por suerte, muchas de ellas cuentan con finales diferentes dependiendo de nuestra implicación, por lo que en parte se puede alargar un poco más.
Como se puede deducir, con un entorno tan reducido, el estilo gráfico no debe ser excesivamente apabullante. Y se está en lo cierto, en parte. El entorno en el que residimos es bastante pobre. La habitación que tenemos, al fin y al cabo, no da para más. Sin embargo, el contrapunto lo ponen, como es de esperar, las distintas jaulas.
En ellas vemos un alto grado de detalle, el cuál, pese al estilo ligeramente pixelado que emula juegos antiguos, sabe defenderse. No es enormemente novedoso, no es que vayas a enamorarte de sus diseños intrincados, pero cumple de sobra.
El tema de la música es otro cantar, y no, no va con segundas. No sabemos qué decir de la música. La que oiremos durante el juego llega de manos de… de los vecinos, si no hemos deducido mal. El cochambroso cuchitril en el que vivimos tiene las paredes finas, haciendo que nos llegue el sonido de lo que creemos que es la radio del de al lado. No escucharemos, por tanto, Punk Rock o así, ya que el bohemio del barrio parece amar la música clásica.
Así pues, conforme pase el tiempo podremos escuchar diversos temas que dejan un cierto regusto a «esto ha lo he escuchado antes». Lo peor viene cuando por todo el día debes escuchar prácticamente el mismo tema. ¿No se cansan? Es como poner un tema en bucle.
Do not Feed the Monkeys es, aunque no lo parezca, un título tremendamente adictivo. No es que seamos marujas, pero es que te invita a inmiscuirte en la vida de sus personajes. E, incluso, jugar con ellos más de una vez, cual dios del tiempo. Este factor rejugable es un gran punto a tener en cuenta, pues es algo que escasea en este género.
Sin embargo, esta rejugabilidad puede acabarse pronto con unas cuantas partidas. Las cámaras no son tan cuantiosas como nos pueden parecer en principio. Aunque por el precio que tiene, el título merece más que la pena. En especial si quieres ver una crítica a la sociedad hilada de una manera satírica, a veces cruda y, por qué no, tremendamente divertida. Siempre y cuando tengas la paciencia para ello.
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