Nada será como lo tenías pensado. La nueva serie basada en un personaje de Marvel cambia todo lo visto anteriormente en una producción del género. Legión ha llegado con un nuevo paradigma en el que se mezcla sabiamente la locura con los poderes del protagonista.
¿Qué es real de lo que estamos viendo? Esa es la inteligente premisa del primer capítulo de Legión, el nuevo personaje de Marvel en saltar de los cómics a la pequeña pantalla. La ficción juega con el protagonista como con el espectador a no saber qué ocurre en la trama. Salta de un lado a otro sin despeinarse generando una inofensiva confusión que crea adicción en todo su metraje.
Legión es el nombre que recibe David Haller (Dan Stevens), uno de los mutantes más poderosos jamás conocidos en las viñetas. No en vano es hijo del telépata líder de los X-Men, Charles Xavier, fruto de su corta relación con Gabrielle Haller, aunque el Profesor X no tuvo conocimiento de su existencia hasta años más tarde. Tras presenciar la muerte del que creía que era su padre, el mutante comenzó a notar sus poderes: psíquicos, piroquinéticos, telepáticos, telequinéticos, teletransporte y cambio de forma, aunque debido al trauma de su infancia también sufre de múltiples personalidades (trastorno de identidad disociativo).
La descripción anterior parte del mundo de los cómics, pero los aficionados que se acerquen a la serie tendrán que olvidar en parte todo lo leído en las grapas y los tomos de Marvel. El creador de la serie, Noah Hawley (Fargo), ha cogido, al menos para el primer capítulo, únicamente la base del personaje y nos deleita con toda una amalgama de brillantes imágenes, planos confusos e idas de olla completas para presentar al personaje en la ficción. En cuanto se desarrolle la historia en los próximos capítulos se irá conociendo si se acerca más al mundo de los cómics o si, por el contrario, tan solo se ha cogido la idea principal para crear una historia única para la televisión.
Una concepción distinta del héroe en televisión
Legión, en tan solo un capítulo, ha logrado cambiar la concepción de héroe en la pequeña pantalla. Es un logro únicamente reservado para las grandes producciones. Marvel y Netflix lo lograron hacer con Daredevil, pero al fin y al cabo, a pesar de su dureza o crueldad, la ficción de Matt Murdock sigue las bases principales de lo que se podría llamar estándar: héroe contra villano, por muchas luces o sombras que tengan. Incluso también se puede ver esta base en Jessica Jones o Luke Cage.
Sin embargo, David Haller nos ha mostrado algo distinto. No es un héroe. No es un villano. Es alguien que se mueve en una fase de locura y desconoce hasta qué punto tiene poder o qué puede hacer, y si sigue esa línea en próximos capítulos logrará desconectar lo que hasta ahora se tenía concebido como adaptación de cómic.
En el primer capítulo tenemos al protagonista encerrado en una institución mental siguiendo su (posible) paranoia y conociendo al resto de personajes. El más importante en la trama es Syd Barret (Rachel Keller), responsable del «despertar» del protagonista.
Syd le cuestiona a David su enfermedad mental: ¿y si lo tuyo no fuera una enfermedad? En ese punto nos encontramos tras el primer capítulo. El planteamiento del piloto no deja nada cerrado. Abre multitud de preguntas y no contesta a nada. Pero su nivel de maestría es tal que hace que estemos esperando al segundo capítulo con una expectación fuera de lo normal.