SpiritSphere es una fusión un tanto surrealista entre Pong y un Zelda en 8 bits que se han sacado de la manga en Eendhoorn Games.
SpiritSphere puede ser un homenaje un poco chungo, un experimento muy raro o nada de las dos cosas, pero lo que sin duda es esta apuesta de Eendhoorn Games es curiosa. Y relativamente original. Digo relativamente porque no deja de ser un juego más basado en las mecánicas de Pong. Sí, el de las dos rayitas y la pelotita cuadrada. Lo llamativo es que esté ambientado en un universo muy parecido al de Zelda y Link cuando su mundo no tenía más de 8 bits.
Pero ya está, ahí acaba todo. No hay ni historia, ni princesas que salvar, ni siquiera trofeos por ganar. Si decidimos jugar solos, lo cual tiene una gracia bastante limitada, podemos disputar un campeonato compuesto por diez partidas con enemigos y escenarios aleatorios. El problema es que, mientras escribo estas líneas, antes del lanzamiento oficial, apenas son 4 pantallas diferentes y otros tantos personajes. Todo indica que habrá más, pero ahora mismo, jugar solo es sumamente repetitivo.
SpiritSphere está pensado para jugar con otra(s) persona(s). Y uno al lado del otro, que las risas y el pique sea inmediato y cercano. Multijugador local, eso que parece en vías de extinción, es el modo principal de juego que ofrece este título. De hecho, la primera opción del menú es justamente esa. Lo cual ya dice mucho de la intención del estudio. Eso sí, como seas un pecero antisocial sin ningún amigo que traer a casa para jugar (insertar emoticono llorón), pues de poco te va a servir este juego.
Como añadido también tenemos el modo de práctica y el modo Frontón, que consiste básicamente en eso, jugar al frontón en vez de al tenis. Este último también es para dos jugadores, así que sigues sin suerte, lobo solitario. Para cerrar el repaso a las opciones del menú, tenemos la fuente de la esfera, que es donde podremos gastar las monedas que ganamos con cada victoria y así desbloquear nuevas bolas. ¿Para qué? Pues para añadir aún más diversión y locura a SpiritSphere.
Cada una de las bolas tiene una particularidad, desde escupir una bola de fuego al golpearla hasta hacerse invisible a ratos. Pasando por bolas rápidas, grandes, triples y cosas por el estilo. También cada uno de los personajes tiene su propio «feeling» a los mandos, así que será cuestión de práctica y tiempo el saber cual es el más adecuado para nosotros y nuestra habilidad. No me refiero a horas de aprendizaje y pruebas, pero si un buen ratito le puedes dedicar antes de entrar en materia «competitiva».
La lástima, aunque seguramente sea algo intencionado (o inevitable), es que el aspecto técnico queda muy por detrás de las posibilidades que tiene el juego. Que sí, que una mezcla entre Zelda y Pong no podía tener unos gráficos espectaculares, pero al menos usar una paleta de color más 16 bits hubiera sido menos hiriente para la vista de los jugadores. Porque realmente los personajes y sus animaciones están más que bien, para el tipo de juego del que hablamos, pero esos colores tan chillones (y tan poco variados) hacen que todo quede demasiado cargado. Si el juego tuviera un punto más de velocidad, se haría muy difícil poder seguir el movimiento de la bola.
El aspecto sonoro tampoco ayuda demasiado a que la puntuación global sea más alta. No os voy a mentir, desactivé la música al poco rato de estar jugando y en algunos momentos los efectos de sonido pueden llegar a ser muy cargantes. Tanto por la baja calidad como por lo repetitivos que pueden llegar a ser en según que partida. Si que es verdad que llega un momento que dejas de oírlos, como todo sonido molesto, pero he llegado a ponerme otra música de fondo para poder seguir jugando sin volverme loco. Como anotación, el dubstep o el punk rock americano le quedan que ni pintado como banda sonora.
En definitiva, SpiritSphere es un juego muy entretenido si eres capaz de pasar por alto su aspecto y, sobre todo, si tienes alguien con quien jugar. Y con tener a alguien me refiero a tenerlo en casa, al lado, usando el mismo teclado que tú incluso. Los codazos, los empujones y las risas están garantizadas durante un buen rato, pero no sé hasta que punto puede llegar a enganchar sin algún tipo de recompensa o pique competitivo a la vista. El modo para un jugador es casi testimonial y el juego apenas ofrece nada más. Aún así, no deja de ser un título divertido y original del que se pueden extraer muy buenas ideas.