Últimamente están surgiendo muchas webs y perfiles en redes sociales especializados en informar de las ofertillas y gangas que podemos pillar si compramos juegos de otros territorios (fundamentalmente del Reino Unido) a través de diversos portales de venta en Internet. Esta nueva fiebre de los juegos importados ha hecho que vengan a mi memoria los años dorados de este fenómeno y me ha llevado a reflexionar sobre cómo ha afectado la globalización al mundo del videojuego.
Primavera de 1991. Cuatro chavales babean delante del escaparate de una céntrica tienda de videojuegos de su ciudad. Ante ellos, una flamante Super Famicom muestra su potencial con Final Fight cerca de año y medio antes de que la dicha consola saliera a la venta en España con el nombre de Super Nintendo.
Principios de 1995. Unos 6 meses antes de su lanzamiento oficial en nuestro país, los mismos chicos, que ya más que chavales eran adolescentes, tenían una experiencia casi religiosa probando, en la misma tienda, una preciosa Saturn gris japonesa con Virtua Fighter y una no menos alucinante Playstation con Ridge Racer y Battle Arena Toshinden.
Son sólo un par de ejemplos personales de lo que la importación significaba para los gamers de una época en que la información era escasísima y además llegaba con cuentagotas (fundamentalmente a través de revistas como Hobby Consolas o Super Juegos).
La importación era algo casi mágico y portentoso. Como ese anuncio en que la chica “del futuro” viene para traerte el detergente más avanzado de los tiempos venideros… pero real. Con la importación tenías la sensación de que la distancia aparentemente insalvable entre España y Japón (indiscutible meca del videojuego por aquellos días) de repente se hacía minúscula, y podías tocar y disfrutar en primera persona de los títulos que posiblemente aún tardaran años en salir en territorio PALeto o que, directamente, nunca verían la luz aquí.
Pero claro, como todo lo material en esta vida, esa maravillosa puerta para hacia el paraíso videojueguil tenía un precio… y no precisamente bajo. Aún recuerdo un Dragon Ball Z: Super Butōden 2 (bautizado en Europa como La Legende Saien) de Super Nintendo a 17.990 pesetas e incluso, aunque no recuerdo por cuál fue, tengo grabado en la memoria las 21.990 pesetas que un conocido pagó por otro juego de la 16 bits de Nintendo.
Cifras astronómicas para el poder adquisitivo de esos tiempos y al alcance únicamente de bolsillos muy, muy pudientes. Pero eso nos daba igual. Muchos éramos conscientes de que jamás podríamos acceder en propiedad a juegos de importación con nuestra raquítica paga semanal, pero no importaba. Verlos en los escaparates o alquilarlos un par de días ya era todo un sueño hecho realidad.
Poco a poco, el negocio de la importación de videojuegos fue cogiendo auge, surgiendo varias tiendas especializadas en este tipo de productos. Algunas se anunciaban en las revistas especializadas que hemos nombrado antes y, aunque ahora parezca increíble, dichos anuncios eran muchas veces casi la única fuente de información disponible para conocer las novedades que acababan de salir en el país del Sol Naciente.
Pero llegó el siglo XXI, y con él la globalización. La unificación de mercados y la reducción de distancias que trajo consigo este proceso, unido a la brutal revolución que ha supuesto Internet, han hecho que el mundo del videojuego en general, y el concepto de importación en particular, cambien; y no podemos ser tan imbéciles como para no reconocer que ha sido para mejor.
Ahora es impensable que un gran triple A quede fuera de nuestras fronteras. Normalmente, tampoco tenemos que sufrir ya largas esperas para que un título sea lanzado en Europa, produciéndose en muchos casos lanzamientos simultáneos a nivel global y cada vez más.
Hoy día la importación se entiende más bien en el sentido que he expuesto en la introducción del reportaje, es decir, como una forma de ahorrar un dinerillo comprando juegos que, a pesar de estar distribuidos oficialmente en España, salen más baratos si los adquirimos en otros países. Las implicaciones ético-económicas de este fenómeno darían para discutir largo y tendido. Pero centrándonos en el tema de este artículo, no se puede negar que, vista de esta manera, la importación pierde casi todo el encanto y el “romanticismo” que tuvo antaño.
Siguen quedando juegos pertenecientes a géneros minoritarios cuyos seguidores se ven obligados a tirar del mercado extranjero, como japonesadas o títulos de deportes de nulo tirón en España, pero está claro que ya es algo residual. La globalización ha pulverizado el concepto que de la importación teníamos en los años 90.
La globalización puede tener lecturas muy negativas en otros campos pero, vuelvo a repetir, que en lo que a lo que a videojuegos se refiere, podemos decir que hemos salido ganando con ella. Es una alegría saber que podremos disfrutar de juegos como JoJo´s Bizarre Adventure All Stars Battle o las próximas entregas de sagas como Final Fantasy o Tales of, por poner unos ejemplos, sin necesidad de dejarnos una pequeña fortuna y sin tener que rompernos la cabeza aprendiendo japonés (no olvidemos que pasar la frontera tiene un precio… y bastante elevado a veces).
Esto último es lo que piensa mi ‘yo’ racional; esa parte de mí que vive en 2014, que ya es una persona madura y que sigue la actualidad del videojuego con rigor y profesionalidad. Pero luego está mi parte emocional, la que vive en la nostalgia y permanece anclada en el pasado; y este ‘otro yo’ recuerda con muchísimo cariño los días en que gozar a este lado del mundo de joyas como Chrono Trigger para Super Nintendo o Yu Yu Hakusho: Makyo Toitsusen de Mega Drive era un privilegio al alcance de unos pocos.
¿Y vosotros culpables? ¿Os sentisteis alguna vez como auténticos afortunados por poder disfrutar gracias a la importación de juegos que permanecieron inéditos en España?